30 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XXII)

Lo tuve a mi lado todo el almuerzo. Me contaba del colegio, del fútbol. Ya era de Boca.
No parecía sentirse mal con sus abuelos, pero no era lo normal...
Con los años yo misma sabría que lo afectaría, y mucho.
Su madre, o él mismo quizás, tuvieron la certeza de que no tenían derecho a reclamar nada.
Recién supo que Luigi no era su verdadero padre a los dieciocho años. Sin embargo, siempre le tuvo un gran afecto.
Me supo contar que las maestras en la escuela le decían que era igual a su papá, y el suyo era rubio y de ojos verdes. Él no entendía entonces, el porqué del comentario.
Todo Luján sabía la verdad, menos él. Eso fue lo que no le perdonó a su madre. No haberle dado la oportunidad de elegir.
A los veintidós años, con mi padre ya muerto, no se atrevió a buscar más que a Antonio, nuestro tío, el que varios años más tarde nos presentaría.
Me invitó a su pieza, había una colección de motitos y muchos discos e instrumentos musicales. Ya era lo que sería. La música fue su vida.
No sabía que podría hacer por él.
No podía abrazarlo y rogarle que la peleara hasta el final, que nunca claudicara, que estuviéramos siempre muy cerca, y que confiase que de todo hay una salida.
No, no podía.
Era una criatura de cuatro años, con la que solo habíamos simpatizado.
María Gracia estaba sorprendida. En un momento se acercó y me dijo que nos encontraba parecidos.
Me pareció muy perspicaz de su parte.
Yo era verdaderamente el rostro de mi papá. No sé cómo él mismo no había hecho un comentario.
Y Jorgito de grande sería su calco.
La tarde fue amena. 
Tomamos cantidad de fotos tanto de la casa, como de la familia, y yo aproveché para sacarme muchas con Jorgito, que sabía fehacientemente se velarían al ser reveladas. Ya me había ocurrido con las que sacaba con mi padre o con Borges. Solo las podíamos ver cuando transitábamos el año setenta...
Había estado hacía solo dos días charlando con él en su placa, que ni siquiera lleva su verdadero nombre.. Había dejado todo en sus manos...
¿Qué oportunidad era ésta que yo transitaba, que me permitía reencontrarme con mi madre antes de que yo nazca, con mi abuela, con mi padre, con mi hermano del alma y el maestro?
¿Podría de verdad alguna vez volver a mi presente y olvidar?
Ya de regreso, en el coche, Borges esperó a que yo iniciase la conversación.
Sabía que el día me había movilizado más que otros, y escuchó cuando María Gracia habló de los parecidos.

-Raro que su padre no haya reparado en lo mismo ¿Verdad?
No lo había pensado hasta que ella lo mencionó...
-Por un lado estoy radiante, feliz de haberme llenado de abrazos y besos de mi hermano, y por el otro, siento lo mismo que experimenté cuando salimos de la casa de los Salcedo la otra noche.
¿Qué otra oportunidad puede traerme nuevamente para aquí?
Con ella ya nos despedimos...
-Ahí radicará su inteligencia.
Ella es una mujer que está muy sola, muy lastimada. No creo que pudiera rechazar una amiga.
Quizás se sentirá útil de que le vaya contando los pormenores del libro. No dudo que sería así.
Hágase amiga de María Gracia.
Venga a visitarla cada tanto.
Concuerden para pasear por la capital, no dudo que la añora. Una de las primeras cosas que nos mencionó fue que había nacido acá, pero que había vivido mucho tiempo en la ciudad.
Pueden compartir teatros, cines, y de paso no pierde el contacto con el niño, y la va convenciendo de acercarse a Salcedo.
Esta mujer le debe perder el miedo.
Salcedo debe hacerse cargo de su hijo, si es que de veras lo es. Y ahí creo que llegaremos a otro final.
-Maestro, usted es brillante.
-Usted, también lo es. Pero a veces hay que soltarse e invadir terrenos desconocidos.
Por otra parte le estaría haciendo un favor a su padre. Él quiso secuestrar a ese chico. Él quiere asumir su paternidad.
-¿Y tiene otra idea para la casa de los Salcedo?
-Esa será su casa en un mes - río.
-Ya sabe que me refiero al encuentro con mi nona. ¿Qué me puede unir a ella?
-Déjemelo pensar. Quizás debamos lograr muchas invitaciones más a cenar a esa casa.
Ahora, si lo que usted quiere es un vínculo cotidiano, lo veo más complicado.
Salvo que haga como cuando jóvenes, e intente varias "pasaditas" por la puerta de Arenales, hasta que la halle repentinamente.
Ahí dependerá del carisma que haya entre ambas.
No dudo que lo habrá si han sido tan unidas en los años que compartieron.

-Ella sí fue una mujer sencilla. No creo que pueda entusiasmarla con eventos sociales.
Sí recuerdo que era muy católica. Quizás podríamos compartir la misa de la Iglesia del Socorro. No faltaba nunca.
-Ve. Ahí tiene.
-Yo debería mudarme a esta zona, y ser vecina de ustedes.
-No, usted está muy bien en Palermo. Esto con los años, y usted lo sabe, se convertirá en un caos.
Su barrio conservará el pasado en su fisonomía.
-Borges, ¿por dónde seguimos? - pregunté algo angustiada.
-Por lo pronto reuniéndonos con Salcedo mañana a la hora del té, a continuar con la selección y a empezar con algunos ensayos.
-Me resta un mes para nacer - acoté. Tengo miedo que ese sea el límite de mi tiempo.
-Yo también lo tengo. Sabe que la aprecio.
Hace dos semanas que la conozco y me parece toda una vida.
¡Ah! Quería invitarla a una de esas clases donde usted dice que yo soy generoso con mis alumnos.
-Encantada, maestro. No me había atrevido a pedírselo. No quiero invadir todos sus espacios.
-Si me molestara se lo diría.
Quiero también que vayamos a casa de Victoria. No puede perder la oportunidad de conocer a esa mujer.
-La casa la conocí en 2011. Era la presentación del libro de un amigo. Después he vuelto un par de veces a tomar el té.
-Ahora tomará el té, pero con ella presente.
-¿Bioy y Silvina estarán?
-No, a ellos los visitaremos un día cualquiera en el departamento de la calle Posadas, y coordinaremos un viaje a Mar del Plata donde están esas casas que usted tan bien sabe qué fin tuvieron.
¿Sigue confiando en el libro "Buenos Aires"?
-Por supuesto que sí.

En mi interior pensaba por qué jamás había salido a la luz. Tengo la colección completa de su obra, y nunca editó nada que siquiera se refiriese a la intención que teníamos recorriendo los alrededores de Buenos Aires.
Quizás se trató de las fotos veladas. 
El misterio no lo resolví nunca...
Estaba segura que el día del nacimiento del hijo de Salcedo, sería un antes y un después.
Imperaba una charla con el padre del Santísimo Sacramento.
Nos despedimos hasta el día siguiente. Antes de que me bajase del auto me dijo: a mitad del trayecto volvimos a su tiempo, aprendo a experimentarlo. Ya no me aturdí, pero tampoco me siento cómodo, es una vibración distinta.
Me alegro de depositarla en su casa sana y salva. Hasta mañana, la espero para la hora del té.

29 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte VI)

Continuábamos el contacto con Luli, con Jorge, y sobre todo con Flor. Flor y yo nos hicimos mucha compañía durante los dos años posteriores a la internación.  Era muy común que una se quedase en la casa de la otra y viceversa.
Flor estaba mejor que yo. O sabía fingir mejor. Yo no podía simular mi verdadero estado. Nicolás me sugería "salir del comparativo"...
Lo más terrible eran los ataques de pánico y la abulia. El resto hubiese podido ser más llevadero.
No me animaba a volver a Montevideo, y al mismo tiempo era mi sueño. No me atrevía a pesar de Álvaro. A pesar de todo. La mera idea de viajar, incrementaba el miedo.
Solo logré despegar de Buenos Aires y hacia San Martín de los Andes, casi un año y medio más tarde de lo ocurrido. Me acompañó Patrisac, a pasar mi cumpleaños número treinta y nueve. 
El lugar continuaba teniendo la magia de siempre, pero yo no la percibía de igual manera.
Lo mismo que me pasaba en Buenos Aires. Me costaba disfrutar.
Sin embargo ya de regreso, mi energía era otra. No era enorme el cambio pero había un avance.
Me animé a anotarme en un taller literario. Lo había decidido en San Martín. Fue así que pude empezar a leer al menos cuentos cortos, y también a hacer pequeños ejercicios de escritura.
Nicolás me convenció de tener una computadora en casa. Según él sería de una gran compañía. 
A mí, por el contrario, me parecían suficientes las horas que pasaba frente a la pantalla durante el horario laboral.
Pero Nicolás tuvo razón. Era una especie de presencia al llegar a casa.
Su afán era bajarme la medicación. Según su opinión estaba demasiado aletargada tanto para concentrarme, como para volver a disfrutar de algo.
El taller comenzó a dar sus frutos, y aunque plagados de melancolía empezaron a surgir los primeros textos. 
A medida que bajábamos la medicación también volví a soñar y a recordarlo. Siempre me había gustado escribir los sueños por insustanciosos que fuesen. También fueron tema de terapia, aunque nunca recibiese una devolución. Ya tampoco las pedía.
El problema continuaba siendo la noche. El día, aunque con gran esfuerzo, lo lograba llevar. Pero no podía conciliar el sueño, ese era mi mayor pesar.
El primer libro que leí completo fue "El cartero" de Bukowski. Me acostumbré no solo a hacer la parada previa a la entrada a la sesión en "El Tejar", sino que regresaba a leer a la salida. 
Leer y escribir comenzaron a salvarme del vacío. 
Lo que había en mi casa al llegar, era eso: vacío.
Tenía tanto miedo de ver a Álvaro, como ganas de verlo. Olga era mi principal confesora para con el tema, había muchas horas para hablar en la embajada. 
Creo que él tampoco lo ignoraba, porque no intentó venir a Buenos Aires aunque no dejase de comunicarse ni una sola noche, y supiese de todos mis temores. No pude hablarle del miedo que también me daba, volver a verlo a él...
Me enamoré de los cuentos de Abelardo Castillo, pero siempre se trataba de leer fuera de casa. Lo único que adentro podía salvarme era, o una voz en el teléfono, o estar transcribiendo lo escrito en los cuadernos durante el día. 
Olga comenzó a insistir con que fuésemos a Uruguay. Pocos días en Montevideo y algunos más en el mar, en Punta del Este. Esa era su propuesta.
Fue la mejor decisión, pero costó muchísimo lograrlo. Solo junté el coraje para marzo de 2010. Ella me supo esperar. Hoy a la distancia pienso que le perdono su alejamiento cuando comenzaron los problemas con el nuevo agregado comercial de la embajada, solo por esto, por haber estado aquellos años y aquella vez.
Iba recuperando mi energía paralelamente al descenso de las dosis que ingería, pero no era sencillo. Ni para mí, ni para Nicolás.

27 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XXI)

Contrariamente a lo que creía, dormí perfectamente y me desperté con los primeros rayos de sol.
Debía llevar ropa cómoda, pero de la que me había ayudado a escoger Fani.
Estábamos en el año setenta, por lo menos a partir de que llegase a casa de Borges.
Me fui en taxi y lo comprobé. Le pregunté al chofer cómo veía las elecciones para el año próximo, y comenzó a hablarme de política.
Sin embargo, al llegar, volvió a ocurrir: ese paso del tiempo que me transita y conduce como si fuera hoy en el ayer.
Tomamos un delicioso desayuno.
El maestro ya había llamado a María Gracia, y ésta se había mostrado disponible.
Dígame, le había preguntado ¿la casa de sus padres es también de las más antiguas de la zona?
Ella le había respondido que sí, y que lo que aún no había hecho, era avisarles si estaban dispuestos a la charla, a las fotografías...
Tiene dos horas para hacerlo le había respondido Borges.
No conocemos más gente allá y contamos con usted, que fue tan cortés.

Emprendimos la ruta a Luján. Tuvimos suerte con el viaje, era un día primaveral. María Gracia se emocionó con las flores. Ella nos esperaba con unos panes caseros deliciosos. No nos importó volver a desayunar, y lo más importante, nos confirmó que había hablado con sus padres.
Fuimos caminando. Eran solo trescientos metros.
Yo hurgaba la casa al menor descuido de ellos.
Borges les explicó brevemente cuál era la intención del encuentro: lugares, gentes ... de las zonas aledañas de Buenos Aires...
No parecían muy convencidos. Sin embargo, no se negaron.
El maestro había tenido razón cuando me dijo que la gente grande suele ser más desconfiada. No obstante cedieron.
Nos llevaron al jardín. Era un lugar fantástico. Me hizo pensar en el Hotel Las Delicias.
Pero no teníamos noticias de Jorgito...

-¿Se quedarán a almorzar? Mi marido puede preparar un asado para cuando regrese el niño del colegio. No falta mucho.

Ahí volví a respirar.

-Sí, encantados - respondió Borges.
¿Nos muestra la casa? - continuó.

Y ahí comenzamos con la sesión de fotografías. Mucho más extensa que la que habíamos hecho en la de la misma María Gracia.
Llegó mi hermano. Lo traía el padre de un compañerito del colegio.
No pude evitar las lágrimas. Pedí permiso para pasar al toilette...
Cuando logré componerme salí y el niño correteaba por toda la casa.

-¿Quién sos? - me dijo espontáneamente.
-Una amiga de tu mamá.
-Pero esta es la casa de mis abuelos.
-Sí, pero vinimos con ella y con un señor muy famoso que es escritor.
-¿Es por lo del secuestro? - preguntó con inocencia.
-No, qué secuestro...
-Hace poco jugaba a la pelota y me metieron en un auto. Los vecinos comenzaron a gritar y a correr el auto, y en la salida de Luján me rescataron. 
Por eso vivo con mis abuelos. Ellos están conmigo todo el día.
-¿Extrañás a tu mamá?
-Un poco. Mis abuelos son muy buenos.

Llegó la hora de comer, anunció el abuelo de mi hermano.

Le dije por lo bajo al pequeño: ¿Te sentás al lado mío?
-Sí, contestó sin dudar.

26 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte V)

Claudio no llamaba, pero un día sorpresivamente sonó el teléfono desde Italia, era su hermano Alejandro.
Vivía en Europa desde los dieciocho años y estaba casado con su primer mujer. Tenía tres hijos. El único de los tres hermanos que no era médico y que no había hecho y deshecho familias. Se dedicaba a menores con discapacidad. Era sociólogo.
No nos conocíamos. Tenía mi teléfono porque Claudio se lo había dado durante su estadía en casa.
Habíamos hablado una vez durante ese período. Yo le pedí ayuda sobre qué hacer...
Me dijo que por su hermano yo ya había hecho mucho desde siempre, y que tal vez era él, el destinado a agradecérmelo, que a veces las cosas no nos llegan desde el lugar o la persona desde donde nos deberían venir...
Él se llevó a su madre a Italia. Hasta ese entonces, ella había vivido en Bariloche cerca de Claudio, pero cuando Alejandro viajó a verla, se dio cuenta de las carencias y decidió hacerse cargo él mismo.
Comenzamos a hablar cinco veces por día. Controlaba todos mis estados.
Me llamaba al trabajo, cuando sabía que salía almorzar sola, cuando estaba caminando, y sobre todo cuando sabía que estaba en casa con tanto miedo.
Se convirtió en una compañía incomparable. Siempre tenía las palabras justas. Siempre. Y hablar con él me tranquilizaba tanto como cuando Álvaro llamaba cada noche desde Montevideo.
No sé qué hubiera sido de mí sin él. Sin ellos.
Alejandro seguía paso a paso el proceso de mi terapia, pero también lograba hacerme hablar de otros temas.
Le conté de mis sentimientos por Álvaro. Se alegró. Me dijo que merecía volver a querer y que me quieran.
Poco a poco los dos supimos todo de ambos. 
Me hacía muy bien saber que Guillermina, la mamá de Claudio, había tenido un final feliz, regresando a la tierra que la había visto nacer. Que estaba plena, junto a su hijo menor y sus tres nietos.
Yo había tenido desde siempre una excelente relación con ella. La había acompañado mucho cuando Claudio de lo único que se preocupaba era de controlar que tuviese comida y no pasase frío. La casita donde vivía era de verdad muy precaria, se la había construido Claudio con sus propias manos. 
Los llamados me acompañaron a la par de Nicolás. Fue casi como tener dos terapeutas...
La voz de Alejandro era especial, muy pausada, lograba darme paz. Paz. Había olvidado de qué se trataba eso...
Pero él me lo aseguraba, yo estará muy bien. Estaba haciendo todo para que así fuese.
Me transmitía su certeza.

24 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XX)

Llegamos a casa. Al principio me costó mucho dormirme. Sobre todo por el encuentro con mi abuela. No estaba preparada.
Con mi padre ya era usual, y mi madre vivía, solo se trataba de conocerla con unos cuantos años de anticipación, embarazada de mí.
Antes de despedirnos, Borges me preguntó si al día siguiente quería ir a Luján a ver a María Gracia, e intentar llegar a la casa de los padres de ella. Inmediatamente le respondí que sí.

-Saldremos de mi casa. Eso impedirá viajar en un coche "del futuro". Me aturde la ciudad. Tal vez solo sea que no estoy acostumbrado.
-Como usted prefiera, maestro.
-La espero a desayunar.
-¿Será muy tarde ahora para confirmarle que vamos?
-Yo creo que sí, no lo había tenido en cuenta. Creo que será más atinado, llamarla mañana antes de salir.
-¿Es consciente, que es más que probable, que al menos cuente con la posibilidad de ver a su hermano de cuatro años?
-Creo que realmente no del todo.
-No es fácil lo que tenemos que llevar a cabo.
Información, y detallada, ya obtuvimos la última vez. Ahora la meta será la casa de los padres de ella.
Pienso llevarle unas flores. Más allá de todo, María Gracia, me parece una buena mujer que está obrando por ignorancia y por miedo.
Le tiene temor a Salcedo, y no sé si seremos nosotros los encargados de quitárselo.
Quizás si supiera que él está participando del libro, piense que es todo una trampa, y nos perdería la confianza.
Lo reflexionaré esta noche, y usted descanse, que si todo sale como lo programamos, le espera un día más emocionante que el de hoy.

23 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte IV)

Nicolás tenía su consultorio en la calle Sucre, en el barrio de Belgrano. Su gato era testigo de todas nuestras sesiones, el único gato que no me trajo alergia en toda mi vida. El gato participaba. No me acuerdo su nombre.
Al poco tiempo mudó el consultorio a Coghlan. Tendría desde entonces una hora y media de viaje en el colectivo 67, desde la salida de la embajada. 
Me había dado el alta para trabajar, a veinte días de la salida de la clínica. Cada vez era un desafío. Ignoraba si iba a poder lograrlo...
Del consultorio a mi casa eran ochenta cuadras exactas. Desde el comienzo todos mis regresos fueron a pie. De paso, al ingresar a casa, ya era la hora de dormir y de tomar por fin la medicación.
No toleraba mi casa estando sola.
No sabría explicar miedo a qué le tenía. Me lo preguntaron tantas veces...
Solo podía responder que a mí misma, a mi estado, al ping pong de mi cabeza, a la repetición...
Me quedaba quizás una canción o una palabra en la memoria, y no cesaba de repetirla mentalmente. Aparte de los temblores, apenas atravesaba la puerta.
"No te apures, no te apures, no hay donde llegar", cantaba Lerner por ejemplo. Llegué a odiarlo...
Empecé a reunirme con un grupo de budistas los días miércoles. Me ayudaron mucho, pero no lograba meditar. 
Martes, jueves y sábados iba a lo de Nicolás. Los sábados iba y volvía caminando. Continuaba siendo mi mejor terapia y se lo manifestaba.
Lo peor de todo era que había perdido los placeres. Ya nada me interesaba y no podía recordar siquiera cómo algo me había interesado antes.
Así comenzaron los consejos de todos ¿No te gusta tejer? ¿Hacer cerámica? ¿Pintar? ¿Hacer crochet? ¿Ir a los hospitales a cuidar chicos o ancianos?
La gente intentaba ayudar y yo me desmoralizaba más aún. Nada me atraía. Pero como decía Nicolás, nada de eso me había apasionado tampoco antes. ¿Por qué sí ahora?
Él intentaba que yo recuperase algo por mínimo que fuese: escribir le dije, pero no se me ocurre escribir más que de este laberinto donde me hallo perdida, sin siquiera vislumbrar una salida...
Claudio no se había reportado durante toda la internación y tampoco después. Era extraño, porque a pesar de nuestra despedida en Buenos Aires aquel ocho de mayo, nos habíamos seguido comunicando telefónicamente. Yo testeaba que continuara con su dieta crudívoro vegetariana que, como él afirmaba, le haría también eliminar la grasa de las tres arterias tapadas.
Siempre habíamos hablado en buenos términos. No podía creer que no le hubiese importado lo que me había ocurrido.
Justamente él que era médico, que había sido mi médico siempre. Neurocirujano y también psiquiatra.
Que no hubiese viajado a verme... 
Me dolía mucho.
Gran parte del estrés vivido, aparte de lo ocurrido con Jorgito, había sido la estadía de él en casa, donde requería de toda mi atención en mi peor momento.
Tenía mucho miedo. El Piportil lo había destruido. Ignoraba si iba a poder continuar atendiendo pacientes. La medicina era su vida. Daba todo por ella y gratuitamente.
Según él, ser médico era un servicio, y operaban sus manos guiadas por las manos de Dios. Eso no podía facturarse.
Nicolás insistía con la escritura o la lectura. La lectura era aún más compleja, ya que no lograba fijar la atención en otra cosa que no fuese solucionar lo que me pasaba. Además me distraía, pasaba las páginas y después me daba cuenta que no había retenido nada, que mi cabeza estaba en otra parte.
Comencé a hacer la antesala de las consultas en la calle Nuñez, en un club de tenis que se llamaba "El Tejar".
Siempre pedía lo mismo: una lágrima en jarrito y una pequeña tarteleta de frambuesa. Comenzaron a ubicarme por eso.
Un día Diego, quien me atendía cada vez, me dijo: "siempre la misma mesa del mismo bar, no llores Dolores, dale. Dolores no llores, dale"... 
Era una canción muy conocida de Los Piojos.

-Tenés muy buena energía vos, che. Les debes hacer muy bien a tus amigos - agregó.

Yo no podía creer que alguien nuevo en mi vida, alguien que me conocía en ese estado, lo dijera.
¿Acaso emanaba eso?
Me emocionó, aunque quizás no fuese verdad y solo intentase levantarme el ánimo. Parecía bien perceptivo.
Se lo conté a Nicolás apenas entré a la consulta. Él me dejaba hablar. Creo que un día superé las tres horas. Pasó mucho tiempo hasta que con cierta rigurosidad ficticia me dijo que empezaríamos a acortar los tiempos. Habremos bajado a dos...
Cuando yo le preguntaba algo, me devolvía la pregunta.
Según decía, mi terapia era lo que yo creía, lo que yo sentía, y no lo que creyese o sintiese él.
Sin embargo, hubiese precisado alguna devolución.
Se había mudado frente a un paso a nivel, y yo muchas veces cuando me iba mal, enojada o llorando, le decía que tal vez mi destino sería igual al de mi hermano.
Nunca lo asusté, o por lo menos no lo demostró.
Ignoro si es que no confiaba en mis amenazas.

22 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XIX)

-Maestro, ayer, como le dije, volví a la Iglesia del Santísimo a hablar con el párroco. Al principio no me trató tan bien como la otra vez, o por lo menos eso sentí yo...
Dejó entrever que en cierto modo estoy "jugando".
Por eso decidí ir hasta Luján a ver la placa de mi hermano, a sentarme a conversar con él. Ese lugar me da mucha paz.
Dejé todo en sus manos, si es que desde donde está nos ve y puede ayudarnos...
¿Usted se sintió bien ayer, maestro?
-En impecable estado ¿Por qué me lo dice?
-Y maestro, yo ayer corrí por toda la ciudad. Constaté que estábamos en el año 2014. Que mi hermano está muerto.
-Yo sin embargo, tomé exámenes, y me acordé de lo que usted me dijo. Seré más exigente con mis alumnos en esta ocasión.
-¡Fani! - la llamó...
-¿Qué hizo ayer cuando yo no estaba?
-Fui a ayudar a su madre a casa de Norah.
-¿Ha visto?
-¡Dos líneas de tiempo diversas en un mismo plano!
Y por lo visto María Gracia estaba en el mismo que nosotros, porque se comunicó ayer.

Le pregunté si mi padre le había dicho de la cena en la que venía pensando, para que conociésemos su casa y su señora.
Sí, algo me anticipó. Le faltaba coordinar con su madre.
-¿Tiene ganas de verla?
-No lo sé. La veo tan asiduamente - le dije sonriendo.
-Sí, claro, pero será otro tipo de oportunidad. Usted siempre reclama que ella no hizo mucho por salvar ese matrimonio, que había sido una sola la discusión. Verlos juntos será una buena oportunidad. ¡Está embarazada de usted misma!
Volverá a su casa, que tanto amaba. Yo creo que será una linda velada.
-¿Ayer se comunicaron? - le pregunté.
-Sí, y me repitió lo de la invitación.
Yo creo que no pasará de estos días.

Llegó la noche de la cena. Ambos estábamos muy ansiosos.
Bastó con atravesar la plaza San Martín y llegamos. Borges me había hecho elegir un gran ramo de flores.
Tocamos el noveno piso. ¡Cuántos años sin hacer sonar ese timbre! Me remitió a mis años de escuela...
El departamento era bellísimo, tal cual yo lo recordaba, y ella gentilmente me hizo hacer un recorrido por todos los ambientes, mientras mi padre compartía una ginebra con Borges en el living comedor.
Mi cuarto ya estaba listo. Tenía salida a la terraza. Allí mi madre compraría una gran pileta inflable con todos sus ahorros, cuando ya estuvieran separados.
Era una hermosa mujer. Aún hoy lo sigue siendo.
Me preguntó por mi trabajo con Borges. Le respondí que era una especie de secretaria, amanuense... que me sentí muy halagada de tener esta oportunidad, ya que había estudiado su obra desde muy pequeña.
Me contó que había sido manequin hasta que conoció a mi padre.
Lo extraño era que ella tenía casi veinte años menos que yo... 
Esta sí era una oportunidad única.

-¿Cuándo se conocieron? - aproveché a preguntar.
-En el sesenta y tres. He tenido muchos inconvenientes para quedar embarazada.
Cuando mi hijo nazca será bautizado por el Padre Mario Pantaleo. Él me ayudó a que este sueño se haga realidad.

No supe más que lo que sé hoy. Año mil nueve sesenta y tres, y Jorgito nació en el sesenta y seis. Había una superposición inentendible.
Mi madre continúa siendo una fiel devota del Padre Mario, que me bautizó en la Iglesia del Socorro, en Juncal y Suipacha.
La cena estaba deliciosa y la sobremesa encantadora, no faltaron las masas finas que tanto apasionaban a mi padre.
Sin embargo me esperaba una gran sorpresa, para la que no estaba preparada.
En un momento fui a la cocina a ayudar a mi madre con unos cafés. Oí ruidos. Había una pieza. La recordé inmediatamente. Ahí jugaba a la maestra.
-Mi mamá me ha ayudado con la cena, pero es muy arisca. No ha querido salir a saludar - me dijo justificando la presencia.

Su mamá...¡Mi nona! Mi adorada nona...
La perdí en el año noventa y seis y fue uno de los dolores más grandes de mi vida.
La cuidé sola el último año. Se llevaba conmigo mejor que con nadie.
Sufrió mucho con mi separación de Claudio. Ella siempre quiso verme acompañada y feliz.
No podía disimular la emoción, pero por lo visto no estaba dispuesta a salir de la habitación. Era la contigua a la cocina.
Creí recordar que mi abuela pasaba largas horas ahí.
Adoraba cocinar. Nos crió prácticamente...
Con mi papá tenía un pacto de buenos modales. Ella era menor que él, y él la respetaba aunque no siempre coincidiesen. Evidentemente, mi padre lo sabía ver y lo valoraba. Jamás se interpuso.

La ayudé con los cafés y me demoré a propósito.
De pronto mi abuela salió y me pidió disculpas.
-Usted debe ser la secretaria de Borges - me dijo.
No es por maleducada, pero no me sentía parte de esa cena.
-El maestro intimida a veces, pero es muy ameno - le respondí.
-Ya lo creo.
Vaya que se perderá el café. He preparado unos scones, que sospecho han salido riquísimos.
Mi madre se volvió a buscarme.
-Lo siento, me demoré con su mamá. Justo salió de la habitación cuando yo abandonaba la cocina.
-¿No le dije que era arisca? - volvió a insistir sonriendo.
-A mí me pareció encantadora.

Mi abuela la ayudó mucho siempre, y no tenía ansias de figurar. Nada hubiese sido de mi madre sin ella cerca. Ella cocinaba como los dioses, cosía espléndidamente, la ayudó conmigo y con mi hermano cuando nacimos, y muchísimo cuando se separó de mi papá.

-¿Y cómo va ese libro? - preguntó mi madre durante el café de la sobremesa.
-Poniéndonos de acuerdo. Seleccionando entre cuentos y poemas para que sean leídos la noche de la presentación de las Obras Completas - resumió Borges.
Yo dejo todo en sus manos - dijo señalándonos. Conocen muy bien la obra, y son mejores críticos que yo.
-Por lo que respecta a Jorge, le aseguro que sí - agregó.
¿Para cuándo calculan que estaría teniendo lugar esa noche? - continuó.
-Depende de la editorial, de los diseñadores. No solo de nosotros.
Por nuestra parte yo estimo un mes más.
Pero usted, Salcedo, que es quien lee, debería tener la última palabra.
-Con un mes de ensayos sobra - respondió.

Ella no tenía inconvenientes para seguir la conversación.

-Coincidirá con la fecha de nacimiento de nuestro hijo. Quizás no pueda estar.
Si el asunto se demora sí, porque afortunadamente cuento con la ayuda de mi madre.
Ella este último tiempo ha estado viviendo con nosotros. Yo ya no es mucho lo que puedo hacer.
-Yo siempre he contado con la ayuda de la mía. Solo en el último mes ha estado acompañando a mi hermana Norah - agregó Borges.
Sabe que cuando estoy en períodos exigidos de trabajo, si yo mismo no le pido ayuda es mejor que se aleje. Es la mujer más inteligente que conozco, tal vez por eso no consigo esposa.
-Yo apuesto a que la encontrará - acotó ella.
Las mujeres mueren con sus poemas, Borges. No se le atreven.
-He tenido una enorme mala suerte desde siempre.
Podría hacerles una lista de las mujeres que me rechazaron, o inspiraron mis poemas. Ya se los decía el otro día, creo que carecería de obra de no haber sido así.
-No lo creo Borges - lo interrumpió mi madre, y decidió presentar a la suya.

Previo a eso se retiró a la cocina y juntas trajeron unas copas de cognac.
Se me derramaron unas lágrimas al ver nuevamente a mi nona.
Cuán feliz hubiese seguido siendo si ella hubiera continuado viva.
Mientras tanto pensaba, que lo peor es que no tendría excusa para volver a casa de los Salcedo.
Tampoco me llevaría su abrazo...
Los ojos me brillaban de emoción.
Borges lo intuyó no sé cómo, y atinó a acortar el encuentro. Ya era suficiente por esa noche.
Pediríamos un auto y me acompañaría hasta mi casa. Quería tener la certeza de que al regresar, regresaba a mi tiempo.
Yo por lo bajo había alcanzado a decirle "está mi abuela, voy a quebrarme de emoción".
Sin embargo toleré toda la cena con bastante naturalidad.
Nos despedimos hasta una pronta próxima vez. 

20 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte III)

En la cena supe donde estaba: un neuropsiquiátrico. Estaba colmado de jóvenes que habían intentado de distintas formas quitarse la vida. Paradójico. Mi hermano lo había logrado.
Contaban sus hazañas fallidas. Yo llegué a decirles "no jueguen más con el suicidio, el tren no falla, ustedes manejan a su entorno amenazando con pastillas y en verdad ninguno lo quiere lograr".
Los llamados se recibían a las veinte horas. Todos se desesperaban por el contacto con el afuera. Lo mismo que a la hora de las visitas, día por medio a las seis de la tarde.
Pasaron muchos días hasta que recibí las propias. Reglamento del lugar. 
La comida, los cigarrillos, los caramelos, eso era lo único que importaba.
Compartía la habitación con una mujer que me robaba la ropa, decía ser la novia del director del lugar, y estar embarazada de él.  Averigüé que hacía tres años que repetía la misma historia.
Suplicaba por las visitas de Ciru, de Luciano, de mi amiga Fabiana de Cataratas, que en esos días venía a Buenos Aires, y a pesar de tenerlas prohibidas, Olga, una compañera de trabajo, y Fabiana lograron entrar.
Yo les contaba mi verdad: me fui a Mar del Plata a lo de Fer, pero él no me dejaba dormir con sus charlas telefónicas con su novio español hasta altas horas de la madrugada.
No había descansado durante casi un mes mientras estuvo Claudio en Buenos Aires. El viaje lo programé para eso. Cuando vi que era imposible, me fui al Hotel Intersur. El mismo que elijo siempre. Fer se enojó mucho conmigo. No volvimos a hablar.
Salía a caminar casi cien cuadras todos los días. Lo único que de verdad me relajaba. Hablaba con Álvaro a Montevideo. El sabía todo. Era el único.

Con Álvaro se habían conocido el treinta de mayo de ese año. Se leían desde hacía muchísimo tiempo a través de sus blogs, y habían pactado un encuentro con otra gente de Montevideo. Ella había viajado con su amigo Ciru. No pudieron alejarse más...
También hablaba con Gabriel, ella había estado representando una banda de ocho saxos que hacían tango, él formaba parte, y surgieron inconvenientes hasta la disolución del grupo. Viajó también con ese problema a cuestas.

Cuando decidí volver, perdí un micro y ahí opté por lo que venía haciendo, las caminatas, hasta que saliera otro por la noche, pero mi hermano y la novia pasaron a buscarme con la policía, por un departamento donde sí, inconscientemente, acepté entrar. 
Lo había conocido en la calle y me ofreció esperar en su casa...
El celular lo tenía sin carga y cuando tanto mi hermano como mi mamá llamaban durante esos días, ignorando que había viajado, los trataba muy mal. Estaba muy dolida por sus reacciones para con la muerte de Jorge.
Fue por eso que me fueron a buscar, y de esa manera. Con la policía. Mostrando una foto por toda la ciudad, hasta que en la terminal de buses les indicaron donde vivía quien me había ofrecido su casa para aguardar hasta la medianoche. 
El lunes ya me reintegraba al trabajo. Tenía los días pedidos. No fue un impulso descontrolado. Solo que no me comuniqué con ellos. Por Jorge, por lo que me habían respondido cuando supieron del tren.

Pronto pudieron empezar a ingresar las personas por las que ella pedía. Eso la reconfortó. Eso y los llamados de Montevideo de cada día a las veinte horas.
El problema fueron los psiquiatras, estaban muy manipulados por lo que decía la familia. Negaban hasta que Jorge hubiese sido su hermano...
Transcurrieron treinta exactos días. No era casual. Es lo que cubre la medicina prepaga.
Al salir debía vivir un mes acompañada y se negó rotundamente.
Aceptó que fuera la novia de su hermano la que fuese a cenar todas las noches con ella, y le alcanzase la medicación.
En la clínica la habían tenido totalmente drogada. Era la única que recibía los medicamentos por la fuerza. Con cuchara.
Fue muy duro durante los dos años posteriores, lograr bajar esas dosis, pero lo más difícil luego del alta, fue poder habitar su casa sin sufrir pánico.
La invadían los ataques apenas entraba, con lo cual, intentaba estar afuera hasta la hora de la noche y la medicación.
También antes del alta, designaron un psiquiatra externo "es muy joven y muy capaz, se van a llevar perfecto", aseguró la más inoperante de las psiquiatras que la habían atendido, y con la que tuvo desde el comienzo una pésima relación. No medía consecuencias. Eso le traía aparejado más días encerrada...
El grupo era muy unido. Se ayudaban entre todos, y en la mayoría de los casos se juraron amistad eterna para la gran incógnita que todos deberían sobrellevar: regresar al afuera.
Los que habían intentado suicidarse, ya ni lo mencionaban. Evidentemente había sido muy vehemente la comparación que ella supo hacerles al inicio, con la elección tan irrevocable de su hermano. Muchos se lo agradecieron.

A los dos días me esperaba Nicolás. Era sí muy joven, y supe sentirme cómoda. Pactamos tres entrevistas semanales, y jamás miraba el reloj. Llegamos a tener sesiones de más de dos horas. 
Desde el primer día creyó en mi argumento, y afirmó que ese sería el espacio donde hablaríamos de Jorgito y de María Gracia. Y así fue.

18 de diciembre de 2014

Borges, encuentros (parte XVIII)

Al día siguiente no nos vimos.
El  maestro por la mañana daba clases en la facultad y mi padre grababa todo el día.
Aproveché para ordenarme.
¿Qué quería a partir de ahora?
El nacimiento me tenía preocupada. Sentía que solo me quedaba ese tiempo para actuar.
Caminé mucho la ciudad.
Efectivamente era el  año 2014.
Llamé a casa del maestro y me atendieron los dueños actuales.
Sentí temor.
¿Nosotros habíamos desplazado el día, pero si continuaba ocurriendo?
Tomé un colectivo, llegué hasta la Iglesia del Santísimo Sacramento y pedí hablar con el Padre.
Me recibió luego de hacerme esperar una buena cantidad de tiempo.
Primero me confesé. Debí admitir que había continuado con "el juego", como él me advirtió no hiciese. Pero con justas causas.
Le conté de mi padre. De los días de ensayo para el libro. De María Gracia. De Luján.
Y por sobre todo de mi nacimiento que sería en un mes y que me tenía extremadamente preocupada.
-¿Podía haber dos identidades transitando el mismo plano? - le pregunté.
-Si hay una justa causa como usted acaba de decir, o si mucho lo desea, sí.
¿No se le ha ocurrido evitar la separación de sus padres?, ¿o buscar la ocasión de conocer a su hermano de pequeño?
-Por supuesto que sí. Me gustaría que María Gracia lo críe ella misma, y evite tan irreparable final.
Yo misma me acercaría a él mucho antes. No esperaría hasta los veintinueve años, que fue la edad en que nos presentaron.
Borges dice que esta oportunidad me ha sido dada, porque tengo una misión que cumplir.
Yo pienso por otra parte, que tengo cuarenta y tres años, que es el año 2014, y lo que viví ya no puedo cambiarlo.
Mi padre y Borges están muertos, y lo que yo estoy teniendo es una ocasión milagrosa de disfrutarlos como no pude hacer en la vida que transito.
-No me contestó si no evitaría la separación de sus padres...
-Quizás sí, no lo sé...
Padre, iré al cementerio. Mi hermano está enterrado en Luján. Me hará bien ver esa placa y charlar con él un rato.
Nos despedimos. Me deseo suerte.
La ciudad iba a otra velocidad. Tomé un taxi a Plaza Italia y de ahí el 57 a Luján.
Al llegar allá busqué una remisería, después de comprar las velitas de San Jorge que siempre le dejo encendidas.
Me costó encontrar la placa.
Por un momento creí que no estaba. Que no había muerto. Que todo había sido una pesadilla que jamás había vivido en la realidad.
Sin embargo la hallé. Me arrodillé. Lloré. Besé su nombre.
Estaba muy cansada. Yo no me daba cuenta pero el paso del tiempo por sobre mí no era en vano. Había días que yo estaba más agotada que mi padre con su obra y su teleteatro, o que el mismo Borges con sus años.
Debía cuidarme.
Le pedí a mi hermano que me guiase, que me cuidara él, si desde donde estaba me veía.
Cuando llegué a casa, luego de un largo viaje y para mi asombro, tenía un mensaje del maestro, me invitaba a desayunar al Hotel Plaza al día siguiente. Tenía una sorpresa para darme. ¿Qué habría experimentado al grabar su voz en un contestador?
Me levanté nerviosa. Imaginé que estábamos en su tiempo, pero no lo lograba corroborar antes de salir de casa.
Lo llamé. Me respondió Fani. Nos saludamos. Ahí constaté que sí.
La sorpresa era que había recibido un llamado de María Gracia, para que continuásemos con las fotos.
Nada más y nada menos.
Sabía que él le había dejado su teléfono, pero jamás pensé que ella se comunicaría.
La llamamos apenas terminamos con el desayuno, y después de conversar sobre lo que había hecho el día anterior.

-¿Cuándo quiere volver a Luján?
-Cuando usted me diga, maestro.
-No debemos dejar pasar la oportunidad de fotografiar la casa de los padres de ella.
-Y sobre todo a las personas, como usted le aclaró.
-Supongo que si llamó es porque está de acuerdo. ¿Cree que nos mostrará al niño? No tendría porque no hacerlo...

La doble identidad (parte II)

A la mañana siguiente comencé a limpiar fanáticamente lugares recónditos. No paraba de hacerlo. Así comenzaron a aparecer las primeras lágrimas. Hasta entonces no había llorado...
Fue un llanto agudo e intenso. El ahogo no me permitía respirar.
Me compuse a medias cuando llegó mi ex cuñada, Mariela. Me molestó que no viniese sola.
Tuve que fingir ante una desconocida, y Mariela no es lo que se dice atinada en estos casos. Toma la muerte con demasiada naturalidad, pero no deja de haber además una cierta incomprensión, un cierto morbo relacionado con el tema.
Continué llorando apenas partieron, y hasta que llegó Luciano, mi entonces mejor amigo. Ya no estaban ni Alessandro, ni Franck, ni Lucianita. Tantos habían regresado a Italia. Tan sola me habían dejado...
Luciano sí supo sacarme del estado y hasta me hizo sonreír.
Eran pocas las personas que iba eligiendo para contarles lo acontecido. Así lo sentía.
Me prioricé en eso, aunque después mis más allegados me lo reclamasen.
Mi hermano menor, al enterarse, tuvo un comentario "poco afortunado". Hoy, años más tarde, puedo quizás perdonarlo, pero olvidar jamás...
Lo mismo ocurrió con mi madre, donde los años transcurridos no han hecho más que permitirle crear la historia que a ella más la favorece, y niega con vehemencia el vínculo.
María Gracia, a la mamá de Jorgito, comencé a frecuentarla bastante durante algún tiempo, pero la relación viene y va...
Ha solido argumentar que el parecido con su hijo, con mi padre la impresionan y que la moviliza mucho verme, o que a su otra hija le molesta que nos encontremos.
Su mamá vive en la casa que Jorge dejó casi armada para ser feliz. Donde soñaba tener varios chicos, muchos perros y un único amor.
No sabía negarse a la variedad de mujeres que lo rodeaban, pero deseaba con el alma encontrar una que fuese la definitiva compañera. Muchas veces me lo supo confesar, con lágrimas en los ojos.
Los días continuaban su curso. Simultáneamente había regresado Claudio, mi pareja, a Buenos Aires.
A él también le había dicho que se había tratado de un accidente, ya que no se encontraba nada bien anímicamente y solo había querido estar nuevamente al lado mío. Habíamos vivido meses de separación, y decidí ocultarle la verdad, la del suicidio, porque temía por la vida de él. Quizás le estaría dando una idea...
Sin embargo, en la convivencia, se hizo difícil continuar negando la realidad.  Él sospechaba que algo ocurría ante la cantidad de llamados que yo recibía, de los que paulatinamente se iban enterando...
A mis amistades solo les preocupaba mi integridad. Él había sabido ser siempre muy egoísta, y la historia llevaba para el gusto de la mayoría, demasiados años, donde los vaivenes les habían hecho ver que él no era lo que yo merecía, y yo por el contrario siempre volvía a apostar. Lo amaba de veras. Pero esta vez ya era mucho. 
Yo precisaba hacer mi duelo, iniciar quizás una terapia, tomarme mi tiempo -el que fuese necesario- y por el contrario, él volvió a ser prioridad uno: él y sus tres arterias tapadas y su negación a intervenirse quirúrgicamente, más el Piportil inyectado por los médicos de la policía de Bariloche, cuando lo encontraron en la cumbre del Cerro López "escuchando Serú Girán y mirando la luna". Cuando supieron también que había regalado escopetas a los indios para que defendiesen sus pozos de petróleo.
Toda la vida fue un místico, y solo yo lo sabía llevar...
Por esta razón todos, su hijo mayor sobre todo, coincidían en que en ese momento, la mejor compañía era yo, yo que solo necesitaba procesar de la manera más sana la muerte de mi querido hermano.
Fue un ocho de mayo cuando decidí que no tenía más fuerzas, y después de escuchar una conversación poco oportuna, donde él manifestaba sus deseos de estar en Bariloche junto a su hijo menor, resolví decir basta. Basta como nunca.
Por momentos sentía que era mi hermano el que me estaba enviando las fuerzas, el coraje.
Nos despedimos con un "Gracias, perdón y no me odies", dicho por él.
A pesar de los quince años juntos, aún no me conocía. Jamás hubiera podido odiarlo. 
No lo acompañé al aeropuerto. No lo hubiera podido ver partir.
Luego de la despedida comencé a organizar un viaje a Mar del Plata. Tenía un amigo allá, solía pasarla muy bien con él.
No fue sin embargo esta vez ni el mejor lugar ni la compañía justa.
Yo me dedicaba a caminar mucho durante el día. Las noches eran interminables. Volví a tener problemas para conciliar el sueño y no me había puesto en manos de ningún médico para que me recetase algo.
Comenzaron los malos entendidos.
El primero, no haber comunicado a mi familia el viaje, pero tampoco acostumbraba a hacerlo.
Esto dio lugar a grandes fantasías.
Nada sabían tampoco de mi amigo de Mar del Plata, ni de la intención del viaje.
¿Para qué? si no habían podido siquiera comprenderme en el peor momento de mi vida. Y además había tenido que tolerar la ironía.
Que nunca hubiesen aceptado a Jorge, no significaba que no pudiesen entender mi dolor. Y así fue. No lo entendieron.
Solo entendieron que estaba mal, muy mal, y que estaba desvariando, que había que ir urgente a Mar del Plata.
Llegaron con la policía. Mi hermano me había buscado con una foto por toda la ciudad.
Yo intentaba explicar que solo había viajado para descansar y alejarme un poco de lo ocurrido.
No hubo forma de que me comprendieran. Durante la ruta de regreso no cesé de hablar, de explicarles.
Era muy temprano cuando llegamos a Buenos Aires. Ingresaron una persona en el departamento que no comprendí quién pudiera ser. Después lo supe: un tal Pablo.
Solo estaba preparando un té para mi entonces cuñada (psicoanalista) y un baño de sales para mí.
Precisaba dormir. ¿Cómo podían no entenderlo? Justamente, lo que tampoco logré hacer en Mar del Plata. Caminar y dormir. Caminar buscando enterrar a mi hermano, como supe decirle a mi psiquiatra en una de las sesiones.
Fueron dos años. Dos años posteriores caminando "buscando enterrarlo"...
La persona que mi hermano y su novia habían introducido al departamento era, o se dijo, médico. Rápidamente me inyectó por la fuerza y amanecí días más tarde en un extraño lugar donde no comprendía qué había ocurrido, ni cuánto tiempo había pasado.
Se acercaron unas enfermeras a intentar convencerme de que me levantara. Hacía muchas horas que dormía. Me aconsejaron que lo mejor era ir a cenar con el grupo.

16 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XVII)

Una noche quise aprovechar que mi padre se retiraba, para caminar unas cuadras con él.
A Borges se lo notaba cansado, apoyado sobre su bastón nos observaba en silencio.
Era una buena ocasión.

-¿Ha conseguido casa?- le pregunté al salir.
-Sí, Arenales entre Suipacha y Carlos Pellegrini. Acá a dos cuadras. No podré acompañarla mucho en la caminata.

Arenales 952, repetí para mis adentros. El departamento que abandoné a los doce años...

-Algún día podríamos reunirnos en casa. Podemos cenar. Conocen a mi esposa...

Y yo a mi madre, pensé. Aunque ese mismo día hubiese almorzado con ella para cubrir un poco mis extrañas ausencias.

-Será cuestión de que se lo proponga al maestro. No decido nada antes que él.

Esa noche al llegar a Palermo, pensé que faltaba solo un mes para que yo nazca.
Puede que exista un doble lineamiento en el tiempo, como me dijo el primer sacerdote "si uno tanto lo desea".
Pero dos personas con mi identidad, eso sí que no lo creía posible...
Comencé a pensar que ese bebé impediría el doble fluir en el tiempo. Solo charlarlo con Borges me calmaría.
Quería llegar al menos al día de la presentación del libro y lograr que María Gracia hiciese más que callar. 
Era muy poco el tiempo que restaba y tampoco se trataba de una tarea fácil.
Yo nacería el catorce de octubre y estábamos en los primeros días de septiembre.
También debía conversar mucho con el maestro. Ayudarlo a él. Convencerlo de que su futuro iba a ser provechoso y que le esperaban años de gran dicha.
No podía decirle que su madre viviría hasta los noventa y nueve años, como en una ocasión quiso saber, ni que María iba a convertirse en su esposa, o que viajarían mucho. Muchísimo.
Tal es así, que el libro que intentábamos juntos, el de los pueblos aledaños, no se publicaría nunca, pero si nacería "Atlas" con todos los viajes que ellos dos juntos hicieron.
Él volvería a Islandia. Irían a Egipto, a Japón. Viajarían en globo...
María se convertiría en sus ojos.
Lo hubiese tranquilizado, pero no, no podía hacerlo.
Él debía seguir transitando el año setenta y vivir todo a su debido tiempo.

12 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte I)

Era noviembre. Catorce de noviembre. Siempre recordaré esta fecha. Fue muy especial. Podría haber sido un comienzo, después de tanto, pero no lo fue. Es una fecha de los dos, solo de los dos.
La rutina ya había invadido el pesar que me acompañaba desde aquel dieciséis de abril en que una voz en el teléfono me había anunciado lo peor. Lo más inesperado. La partida de mi hermano del alma. Mi par. Mi mejor amigo.
Nos habían robado veintinueve años, pero desde el día que nos vimos por primera vez había sido así: un afecto recíproco e incondicional. Sin ocultamientos ni reproches.
Los reproches que teníamos era para con los otros, para con los que nos habían ocultado la verdad durante tanto tiempo, sin saber seguramente cuán trágico final depararía tanta mentira.
No, seguramente lo ignoraban. En esta historia mucho sufrieron varios, pero jamás imaginaron cuánto tocaría llorar después.
No solo éramos hermanos, y lo habíamos ignorado. Éramos almas gemelas.
Ninguno de los dos necesitaba decir las cosas: nos intuíamos, nos percibíamos, nos comprendimos en todo desde el primer día.
Él hacía doscientos ochenta kilómetros en un día para verme. Vivía en Luján. Yo en Palermo.
Mucho me insistió él para que no solo me liberase de la prisión de tantos años de embajada, sino de la ciudad. No podía comprender que aún la tolerase. 
Tenía planeado vivir en Carlos Keen. Más lejos aún del bullicio.
Su vida fue la música...
El carisma le permitía manejar multitudes, coordinaba varios de los pubs de la zona.
Amaba las motos, a pesar de un accidente que lo tuvo en coma en el año noventa y tres.
Yo nunca lo hubiera sospechado. Sin embargo, cuando la mamá de él intentó comenzar a hablar aquella mañana de abril, yo ya lo sabía... Le rogué no lo dijese: "Se fue a buscar un tren", en medio del llanto. "En moto". "Fue en General Rodríguez".
Juramos vernos, conocernos, pero para mí se detuvo el mundo. No sabría siquiera si terminada la comunicación, podría mantenerme en pie. No veía el futuro.
Mientras tanto, mi jefe me pide unas tazas de café para una importante reunión de exportadores italianos. Extrañamente no me temblaba el pulso, a pesar de que temblaba entera.
No dije ni una sola palabra en mi ambiente laboral. Tampoco hubiera sabido cómo hacerlo. Ni yo aún lo creía.
Lo llamé primero a él, a Ciru. Mi hermano lo adoraba y era recíproco.
Solía definirlo como a la persona que le dejas un millón de dólares sobre la mesa para que te lo cuide, y te devuelve un millón y uno...
Él se ofreció a ir a buscarme. No era partidario bajo ningún concepto, de que me quedase cumpliendo el horario hasta el final. Me llamó varias veces durante el transcurso del día. Supuse que testeando mi estado.
En segundo lugar me comuniqué con mi amiga Patrisac.
Ambos estaban esperándome en casa cuando regresé de la embajada.
Cenamos los tres, charlamos mucho, y yo me fue a dormir tranquila. Ellos, mis amigos, temían por mi insomnio. Lo había sufrido varios años atrás.
No era negación, simplemente presentía que podría descansar, y ante cualquier imprevisto, sabía que podía recurrir a ellos.
A las cuatro de la mañana me desperté de un salto.
Jorgito ya no estaba. No lo había soñado. Era verdad. Jorgito estaba muerto. Muerto. Jorgito había decidido abrazarse a un tren.
¿Él? ¿Justamente él que era un canto a la vida? Que siempre había tenido la palabra justa, los pensamientos tan claros...
También recordé que era muy drástico. Nunca volvía atrás en sus decisiones.
Intenté recordar el último encuentro, el último llamado...
Había sido un mensaje de texto en varias partes, donde me pedía tiempo para volver a disfrutar juntos de la vida. Los amigos y los hermanos son para el disfrute, me había dicho. De este mal trance saldré solo, me estoy replanteando mi vida, solo eso. Creo que me vengo equivocando mucho y con mucha gente. Necesito "amotinarme", hermanita...
No lo pude entender, pero lo acepté. Hubiera querido estar, acompañarlo.
Yo por el contrario siempre recurro a los pocos y buenos amigos en los malos momentos.
No logré conciliar nuevamente el sueño.
A las siete de la mañana contacté a mi jefe, le dije que mi hermano había muerto en un accidente de moto. No me atrevía a decir "suicidio".
Tampoco me comprenderían más, por contar toda la verdad. Le pedí dos días.

11 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XVI)


"Nadie en la noche indescifrable tema
Que yo me pierda entre las negras flores
Del parque, donde tejen sistema
Propicio a los nostálgicos amores"

"Su olor medicinal dan a la sombra
Los eucaliptos: ese olor antiguo
Que, más allá del tiempo y del ambiguo
Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra" (Adrogué) 

Recitó Borges en el viaje de regreso, y me anticipó que solo eran dos estrofas del poema que se llamaría "Adrogué".
-Pues su libro ya ha nacido, entonces. Me sentiría muy plena de saber que los paisajes de hoy lo han inspirado también.

"Esta ciudad que yo creí mi pasado,
es mi porvenir, mi presente;
los años que he vivido en Europa son ilusorios
yo siempre estaba y estaré en Buenos Aires" (Arrabal)

-¿Irán en la lista, maestro?
-¿Mañana viene Salcedo?
-Sí, dijo que a la hora del té. Es cuando termina de grabar.
-La espero cuando guste.
Por suerte madre está pasando una temporada en casa de Norah. Si no, no cesaría de preguntar. 
-Qué suerte he tenido entonces - reí.
-Podemos contarle a mi padre que estuvimos en Luján. Quiero ver su reacción.
-Aproveche usted. Yo solo podré intuirla.

Nos despedimos en la puerta de mi casa. Me felicitó por el barrio, su favorito: Palermo.
Creo que no llegó a darse cuenta que estábamos en mi presente. Fani sí. Miraba todo extasiada.
A la mañana siguiente me levanté intranquila. Me había molestado la inoperancia de María Gracia, ese dejarse estar que evidentemente la acompañó toda su vida.
Para colmo de males, mi madre me llamó muy enojada. Según ella, hacía una semana que no me comunicaba...
Es algo que Borges me remarcó, debía tenerlo más presente. No puedo cometer este tipo de errores
Me tomé un colectivo a Vicente López.
Quería ver si la pastelería "Celci" continuaba existiendo. Lamentablemente no.
Sin que lo advirtiese, en un almuerzo con mi madre, le pregunté cómo había sido el accidente.
Según mi parecer eso fue lo que lo torturó toda su vida.
Ella no recordaba si había sido en el sesenta y tres o en el sesenta y cuatro. Me dijo que fue en Septiembre. Que lo chocó el hijo de su productor televisivo. Que la madre no murió en el acto, sino en el Hospital de Vicente López.
María Gracia dice haber vivido con mi padre, seis años en Bulnes y Libertador, y de ahí haberse retirado embarazada a vivir primero en casa del hermano de mi papá y su familia, y luego en Luján, donde entrega el bebé a sus padres.
Muchos años después me repetiría a mí, lo mismo que le dijo aquella tarde a Borges: "por seguridad", "porque mi madre me hizo creer que Jorge me lo robaría".
A las cuatro de la tarde estaba en la casa del maestro.
Ya me había acostumbrado a ver como la ciudad transmutaba en mí.
Me cuidé de vestirme muy clásica, que no era la ropa que había llevado más temprano ni a Vicente López, ni a casa de mi madre.

Con Borges comenzamos a elegir poemas antes de que llegase mi padre.
Le abrió Fani.
-Hemos estado en Luján ayer - dijo Borges apenas lo sintió atravesar el umbral.
Pintoresco sitio, Salcedo.
-Lo es. Conozco muy bien. Tuve una novia por aquellos lados...
Hubiera querido seguirle la conversación, pero Borges continuó.
-Pienso hacer un libro dedicado a "Buenos Aires", pero no a la ciudad sino a los arrabales.
Ya he hablado esta mañana con Victoria Ocampo, con Bioy y con Silvina.
Mi idea es publicar casas, lugares, gentes y poemas que surjan.
-Apuesto a que será un éxito - acotó mi padre.
-¿Conoce Carlos Keen?
-No, sin embargo sé que es muy cerca de Luján.
-Podemos organizar una ida cuando quiera. Ayer lo hemos pasado verdaderamente bien.
La gente es muy confiada. Abren las puertas de sus casas. Responden preguntas sin malicia...
La ciudad se está contaminando, por eso amo tanto mi casa de Adrogué.
Ah. Le quería comentar que van en la lista el poema "Adrogué" y "Arrabal". Solo con algunas estrofas.
Mi padre los repitió maravillosamente y continuó...

"y aquellas más afuera
ajenas de árboles piadosos
donde austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas por inmortales distancias,
a perderse en la honda visión
de cielo y de llanura" (Las calles)

No estaba tan locuaz como otras veces. Me atreví a preguntarle si algo le pasaba.
Me dijo que era el sexto aniversario de la muerte de su madre. Fue mi culpa, continuó. Cometí una infracción imperdonable.
Mi psiquiatra me medica, que tampoco es lo más conveniente, teniendo en cuenta mi profesión...
Pero tal vez sería más fuerte mi depresión.
-No sé qué decirle, amigo. Debe ser muy duro cargar con ese peso en los hombros - dijo Borges con condescendencia.
-Le iba a comprar sus masas favoritas. Las "Celci". Las que le traje el otro día - agregó.
Me ha costado mucho volver, pero es parte del tratamiento: volver al lugar de los hechos.
-Borges, regresando a lo nuestro. ¿Incluirá algún cuento en el programa? - él mismo cambió de tema.
-Lo dejo en vuestras manos. Son dos de mis más fieles lectores.
-"El Sur", "La intrusa", "El otro"...
-Tenemos que pensar en la extensión.
-Ni "El Sur", ni "La intrusa" son tan largos.
-Si se le ocurre algún otro, dígame - me dijo participándome.
-Coincidimos bastante - sonreí.

 
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