31 de octubre de 2014

Borges, encuentros (parte II)

Él entró en la Librería de la Ciudad donde tenía una cita para firmar libros, y yo entré detrás. Un no reducido grupo aguardaba. Se negaba a autografiarles los tres primeros: "El idioma de los argentinos", "El tamaño de mi esperanza" e "Inquisisiones", y a pesar de la ceguera lograba distinguirlos entre los otros sin vacilar.
Me acomodé a su lado. Pronto reparó en mi presencia.
-¿Todavía no la aburrí? - me dijo desafiante.
-En absoluto.
-¿Y yo a usted?
-Entonces siéntese y ayúdeme con los libros, ¡sepáreme esos que insisten en que yo he escrito! Es un gran esfuerzo para mí diferenciarlos. Pero me niego a firmarlos porque ya no son más míos, y los siguen editando.
-¿Siempre viene aquí, Maestro? Esto parece un ritual.
-Los dueños me conocen. Ya ve, vivo enfrente. Se acercan, me piden la firma y se van. Les debo dar miedo. Son pocos los que se atreven a hablarme.
-¿Cómo yo?
-Usted es una osada, usted vino a buscarme y tocó el timbre de mi propia casa.
-Es que para mí ya era de otro. Toqué el timbre para ver si me dejaban visitar el departamento, pero no usted, los que lo habitasen hoy. Siempre digo que los lugares me hablan... Recuerde que para mí estamos en 2014 y para usted en 1970.
Hice lo mismo con la casa de Mario Levrero en Uruguay, perdón, en la Banda Oriental...
-Bien dicho - Y me estrechó la mano.
-¿Lo llegó a conocer? -  le pregunté con curiosidad.
-No. 
-Fue más bien famoso después de su muerte en 2004. Hoy sus libros son un éxito. Creo que hubiesen simpatizado. Él lo admiraba mucho.
-Dígame, y usted dónde piensa ir. Aún no ha nacido. Su padre, el que dice que leerá mis poemas en no sé qué teatro, todavía no sabe de usted ¿Dónde pasará la noche? - interrumpió con seriedad, apoyándose en su bastón.
-Puedo ir al Hotel Las Delicias - le dije con cierta picardía.
-Claro. Sería su única oportunidad. ¿Cuándo dijo que lo demolerán?
-No lo recuerdo exactamente, pero usted aún va a estar vivo.
-¿Y usted maestro, qué piensa hacer?
-Pues acompañarla, si usted gusta. Tengo siempre reservada la habitación diecinueve, y aprovechar para escribir ese cuento donde dice que narro mi suicidio en el año ochenta y tres. ¿Usted me ayudaría?
-Por supuesto que sí.
-Podría ya mismo pedirle a Fani que haga una reserva también para usted. De paso sube, conoce la casa y a Beppo. Madre está en casa de Norah.
-Pero maestro, ¿ellos me verían?
-Buena pregunta
-Ahí sabremos cuál de los dos tiene razón. Si usted con sus catorce años entrado el segundo milenio, o yo transitando el año setenta ¿No le da miedo?
-No todavía. Seré más libre aún. ¿Cree que soy libre?
-Sí, de veras que lo es.
-Gracias, Maestro.




29 de octubre de 2014

Km 5 (parte XI)

Continuó sin recibir noticias de él y el tiempo transcurría sin que ella se animase a llamar.
El solo hecho de pensarlo le traía palpitaciones, las manos le sudaban, sentía que no le saldría la voz...
La otra estaba venciendo. Si continuaba con ese accionar y sin atreverse ni siquiera a hablar, así sería.
El marido de su madre logró que la entrevistaran de un laboratorio muy importante, y de un ingenio. No era lo que quería.
Su vida estaba al lado de él. Su casa podía alquilarla y así recibir una entrada con la cual sostener la vida en la montaña. Poco restaba del entusiasmo inicial de tener su primera casa sola.
¿Sería verdad lo que la otra le había dicho?
Por otra parte sus palabras habían repercutido y no se animaba a llamar tampoco a Sebastián. "Crecé, no lo manipules". Como si Sebas no desease lo mismo que ella. Que su papá volviese a Buenos Aires y pudiesen estar los tres de nuevo cerca.
En una de las entrevistas la tomaron y comenzó a trabajar en un importante Banco de Puerto Madero. Miraba el río. Miraba hacia su paisito. Cuánto amaba Uruguay. Hubiese solo trabajado ahí para seguirse deleitando con los amaneceres.
Un día se atrevió a llamar desde el banco. En realidad le pidió a una compañera, con la que se habían hecho muy compinches, que hiciese el llamado por ella, y hablase inventando cualquier excusa...
Ahí fue que supo que el teléfono estaba cortado.
Ya no había modo de contactarlo, ni de saber que pasaba en ese "km 5" que tantas angustias le deparó. La única opción, sería sí, cobrar coraje y llamarlo al número del hospital.
Tenía temor a la verdad...
A pesar de que se sintiese más de allá que de acá, volviendo supo que todo lo elucubrado era un gran delirio. ¡Se iba a convertir en una asesina! No lo había siquiera dudado. La hubiese matado con sus propias manos, y también había pensado ella misma en quitarse la vida.
Nada era normal. Tomando distancia lo corroboró. Debía sanarse también ella...
Se sintió atraída desde el primer día por alguien. Fue tan raro... Pero como siempre no era buena en estrategias. 
El contrato no se renovó. Ahí sí, ya casi queda sumergida en un nuevo pozo, sumado a que con Pablo tuvieron una hermosa historia que duró tan solo dos meses. Los tres hijos de él no la aceptaban, y eran su prioridad. 
Al menos había logrado estar con alguien que no fuese Claudio, y sintió un amor distinto pero muy especial. Sin embargo, también tocó perder. Y mucho costó el olvido.

27 de octubre de 2014

Borges, encuentros (parte I)

Me encuentro frente a su puerta. Estoy en Maipú y Charcas. En una esquina.
Su departamento da a ambas calles. He decidido tocar el timbre y esperar.
La ciudad pareció aquietarse. Una música muy lenta lo inundaba todo.
Los coches dejaron de pasar. Ya no había buses y solo tenía la vista de la Plaza San Martín.
No supe si estaba soñando. Él bajó. Apoyado en su bastón. Solo.
Me pidió que lo acompañara hasta la plaza. Ahí nos sentamos...

-Tantos años estudiando su obra, maestro, y ahora no sé qué decirle.
-No me diga nada. A veces no hay nada más elocuente que los silencios.
-Perdóneme la intromisión. Toqué el timbre para ver si quien viviera ahí, me permitiría tal vez visitar el departamento que usted habitó. Perdón, habita.
¿Vive con María, maestro? - Un poco le preguntaba para intentar ubicarme en el tiempo.
- ¿María?
-Ay maestro, no sé si hago bien. Quizás deba ir viviendo las cosas a su debido tiempo, sin conocer nada del futuro.
-Tal vez.
Vivo con madre, Fani y mi gato Beppo. Usted sabe mucho de mí.
-Todos maestro. Todos los que amamos su inmensa obra sabemos mucho de usted.
-¿En qué año estamos? - le pregunté para continuar la charla.
-En 1970
.¿En qué mes?
-Agosto.
-Imposible, aún no he nacido.
-Y yo aún no he muerto.
-Ya escribió "1964", es mi poema favorito. ¿Fue en ese año que lo escribió? Si yo le contara todo lo que me ha ocurrido con ese poema...
-Cuénteme.
-Lo aprendí de memoria a los seis. Ya verá, una niña melancólica "ya no seré feliz tal vez no importa", "ya no es mágico el mundo te han dejado", "un símbolo una rosa te desgarra y te puede matar una guitarra"
-¿Seis tenía? - me preguntó sorprendido.
-Sí, maestro. Llegó a mis manos no por casualidad. Mi padre volvía a casa con su libro gordo, verde, el de las obras completas. Con los años lo llamarían "incompletas", porque usted continuó escribiendo hasta mucho tiempo después.
-¿O sea qué voy a vivir muchos años más?
-Unos cuantos ¿Le molesta saberlo?
-Me da temor. Ya sabe. Estoy ciego. Madre es mayor.
-No se preocupe, maestro. No estará solo.
-Me hubiera gustado conocer el Hotel Las Delicias - le dije con emoción.
-Podemos tomar un coche. Se lo mostraría gustoso.
-Me temo que ya no está. Allí escribió ese cuento fabuloso, "25 de agosto de 1983". Todos creerán que estaba anticipando la fecha de un suicidio premeditado para el día siguiente a su cumpleaños número ochenta y cuatro.
-¿Cómo que ya no está? Este país se encarga de destruirlo todo.
Me decía del cuento ¿Y no fue así?
-No, maestro. Usted vivirá muchos años, y morirá acompañado si es a lo que tanto le teme.
A pesar de su ceguera viajará mucho. Mucho más de lo que espera.
-¿Y ahora cuénteme de usted?
-¿Yo? Estudié Turismo, idiomas. Decidí estudiar Letras ya de grande, pero tuve que dejar.
He hecho muchísimos cursos sobre su obra, me han sabido guiar.
Dígame, muchas veces nos la ha querido complicar con tanta historia inventada...
-Bromeaba. Quería hacerlos investigar ¿Tanto me han leído?
-Cada vez más, maestro.
-¿Eso solo tiene para contarme?
-¿Qué querría saber?
-¿Tiene suerte en el amor?
-No mucha.
¿Maestro, es cierto que en Cambridge se encontró con "el otro", el Borges más joven, al que le contó cosas de su futuro?
-Nunca supe si lo soñé u ocurrió de veras. Pero yo estaba en ese banco frente al río Charles, y aquel muchacho se sentó en la otra punta del mismo banco.
-Es una historia maravillosa.
-¿Lo cree? Yo temí perder la razón.
-Sí, sí, nos lo dice al comienzo de la historia.
-Y usted que sabe tanto ¿Madre vivirá muchos años?
-No creo que deba preocuparse ahora por eso. Aunque perder a los padres siempre es difícil. Yo creo que es algo que no se supera.
-¿Usted los tiene?
-Yo perdí al mío a los diecisiete años. Tuve una sensación muy extraña. Sentí que muerto sería solamente mío.
Usted lo conoció. Seleccionaron juntos una colección de poemas para leer en el Teatro San Martín. Él fue el encargado de leerlos.
-Mire, usted. Pero eso no ha pasado aún...Veré si lo recuerdo cuando ocurra.

De pronto todo adquirió otra velocidad. Ya no nos oíamos con claridad.
Me pidió lo acompañase a la Librería de la Ciudad, enfrente de su departamento. Debía firmar unos libros.

23 de octubre de 2014

Km 5 (parte X)

Se habían conocido hacía casi diez años. Ella recordaba perfectamente la fecha: veintiocho de junio de 1988. Acababa de terminar el colegio y era su primer día de trabajo en la clínica de la que era dueño su padrino. Poco la unía a él, pero no se negó a darle un puesto en la recepción del sanatorio.
Sonó el teléfono, le preguntaron desde la gerencia por un doctor, "que si lo veía no lo dejase ir sin que subiese a verlos".
No conocía a nadie. Fue su primera situación de incomodidad. Acudió a los compañeros de los sectores más cercanos, hasta que en un momento uno de ellos le indicó quien era. Se hallaba rodeado de unos pacientes.
Ella irrumpió pidiendo permiso y le transmitió el mensaje. Él le contestó con su mejor sonrisa, que iría "si se le daba la gana y si tenía ganas", e inmediatamente se retiró, no sin saludarla.
Ella quedó desconcertada y nerviosa. ¿Qué diría a la gerencia médica? Después de todo no era su culpa. Ella había cumplido en avisarle. Pero tampoco podía transmitir lo que había recibido como respuesta.
A partir de ese día y durante los años que transcurrieron, verlo la alteraba. No podía sostenerle la mirada.
A los veintiún años tuvo un estrés muy fuerte, culpa de la combinación entre la exigencia de la facultad y la clínica. No solo trabajaba durante la semana, sino un fin de semana completo cada quince días. Con lo cual se complicaban mucho los viajes y las prácticas de la carrera de Turismo.
Decidió recurrir a él. Lo hizo en los consultorios externos.
En la primera cita él intentó relajarla con una meditación, y le recetó, lo que después supo era un placebo. No quiso medicarla. La veía muy joven para empezar con sedantes...
Le dio dos meses de licencia. Y los malestares no cesaron. Al contrario, cada día que pasaba, ella estaba más preocupada.
En la segunda consulta le había propuesto trabajar con él en una revista llamada "Nuevo Médico", que apuntaba a una nueva visión de la medicina; menos invasiva.
Además de buscar publicidad, debía realizar entrevistas médicas que aportasen sus pareceres.
No era sencillo, pero menos sencillo era dejar la clínica de su padrino, un trabajo seguro que le permitía costearse los estudios hasta recibirse.
Sin que él le diese el alta, regresó.
La conoció frágil, vulnerable, sensible. No obstante ello, un treinta y uno de diciembre, luego de citarla para brindar (la revista "Nuevo Médico" continuaba en pie), no le abrió la puerta. 
Hasta muchos años después ella no supo por qué.
Sí supo, al día siguiente, ya en la clínica, que él estaba de vacaciones en Villa la Angostura.
Se juró no entender nada, y desde ese día, decidió se negaría a cualquier tipo de diálogo.
Sumado a lo ocurrido, no había aprendido a controlar los nervios que tenerlo cerca le producía.
Pero, tiempo después, un ACV de la nona, le hizo rever la situación. Sabía que era el mejor y acudió con ella a verlo, a lo que más tarde sería una de sus casas. Ahí conocería a Guillermina. Ahí iniciarían también "Almadei", que era un proyecto más avanzado, que lo que años antes había sido "Nuevo Médico". Ahí al menos retomaron el diálogo.
En agradecimiento le envió un oso gigante. Él se lo agradeció con una sonrisa cómplice, cuando la vio a la vez siguiente en los consultorios externos de la clínica. Para ese entonces, ella había sido transferida allí, muy a su pesar. La clínica había sido su segunda casa...
La incomodidad que experimentaba al verlo, nunca cesó, siquiera cuando bastante tiempo después de haber renunciado él al lugar, él la llamó para proponerle participar del proyecto "Almadei Viajes de Salud".
A pesar del tiempo y la distancia ella siempre recordó con afecto aquel día de ese primer llamado. Quedaron en verse. La cita fue en su casa. Él tocó el piano, el violín, pintó, mientras conversaban. Como si se conociesen desde siempre. Y sí, se conocían desde hacía mucho, desde sus dieciocho años. Él tenía doce más que ella.
Juntos comenzaron a planificar lo que serían los viajes de salud: trasladar a lugares turísticos, pacientes con patologías crónicas. ¿Quién mejor que ella para ayudarlo?
Los viajes se confundieron con una escapada a Cariló. Irían los tres: él, su hijo de once años y ella.
Era dos de septiembre. El nene no viajó, porque temió, naciese su nuevo hermanito. La mamá se había vuelto a casar, y Lucas estaba por nacer.
Ella para sus adentros sintió un hormigueo, un "algo" que le decía "esta vez sí". Esta vez podés ser vos la protagonista de la historia. Fue una suerte de presentimiento...
Viajarían a Cariló a la mañana siguiente. Esa noche la pasaron juntos, abrazados, en silencio, en la que luego sería su primera casa.
Fue su primer hombre, y él eso no lo olvidó jamás.
Ella así lo había querido. La primera vez debía ser con alguien muy especial.
Nunca volvió a lo de su madre, más que en compañía de él, casi un mes después, donde pidió formalmente su mano y justificó tan arrebatado accionar.
Ella dudó siempre, si de verdad en él fue amor, o si vio en ella todo lo que hacía tiempo estaba esperando. Alguien que no dudó en dejarlo todo, apenas él se lo pidió y se marchó a vivir con él, en el término de cuatro días.
Regresaron de Cariló con la decisión tomada. Ella dio su sí inmediatamente.
Él le había preguntado sobre un placard, "qué lado escogería", y sobre una cómoda de cuatro cajones, "cuáles elegiría". Ella había respondido a ambas preguntas "intercalado", y así sospechó lo que él le estaba proponiendo. Tuvo la misma clase de presentimiento que cuando se enteró que su ex mujer estaba ya casada y a punto de ser mamá.
Y así comenzó ese amanecer juntos que podía encontrarlos en una playa, después de conducir toda la noche, pilotear una avioneta desde San Fernando hasta la Isla Martín García, pasar todo un día haciendo el amor... Todo lo vivían al extremo.
No era una relación convencional, y no lo fue nunca.
Sin embargo él no toleraba el comercio médico de la ciudad.
Los números tampoco cerraban del momento que para él, la medicina debía ser un servicio. Y así la ejercía, sin cobrar la consulta a casi ningún paciente.
Confiaba en la famosa ley del 1 x 1000...
Ella ya no trabajaba. Fue el primer "requisito" para estar con él. No permitiría que su mujer estuviese trabajando aún con sus ex colegas. Ni ahí, ni en ninguna otra parte.
Eso le restó la independencia económica que desde los dieciocho años había tenido. Pero su amor por él, lo superaba todo y así fue desde el primer día.

21 de octubre de 2014

Km 5 (parte IX)

Comenzaron a correr los días.
Ella era todo llanto y angustia. No podía concebir el engaño, pero mucho menos, que él no intentase recuperarla, mentir, llamarla al menos. Decir algo. Justificarse. Pero nada de esto ocurría.
Ella lo llamó varias veces más. Siempre para agredirlo, sin poder evitarlo. Sin ver que con esto no hacía más que alejarlo, restar puntos, cuando la otra estaría haciendo todo lo contrario. Además de ser tan "sumisa y colaboradora".
Pero la gobernaba la impotencia.
¿Qué debía hacer? Ahora todo era un duelo telefónico, y ella por otra parte no se animaba a hablar. Cuando la otra atendía, ella cortaba. Hasta que un día le dijo: ya sé que sos vos. Es muy cobarde de tu parte no hablar. Estoy acá desde que te fuiste ¿Qué más querés saber? Estás de más, sobrás.
Con Claudio nos amamos, y vos no viniste más que a entorpecernos. Es cierto que al principio te llamó, estábamos mal, y como bien sabés no aprende a estar solo. Te llamó sin medir consecuencias. Nuestra pelea había sido un simple cambio de palabras. ¿Estás ahí? ¡Ah! y no molestes más a su hijo, no lo manipules. Crecé.
Entre ambas había más de una década de diferencia.
Cortó el teléfono y siguió llorando. Se encomendó a Dios.
Quizás debería pautar alguna de las entrevistas que el marido de su madre le había conseguido. Faltaba solo llamar y fijar un horario.
Sebas tenía razón ¿Y de su vida qué?

20 de octubre de 2014

Km 5 (parte VIII)

Amaneció en su casa. Se sintió rara. Ya se había acostumbrado a dormir abrazada a él. Atinó a llamarlo inmediatamente, pero no lo hizo. Antes exprimió unas naranjas, puso a tostar un pan de campo, y disfrutó de una de las mermeladas traídas del Sur, luego encendió el primer cigarrillo del día.
Ya no había mucho por hacer. Solo ver quizás amigos y contarles lo que estaba viviendo. Había estado aislada, quería saber la opinión ajena. Ella misma sabía que todo era una gran locura, y que estaba pagando un precio muy alto por estar al lado de él. Él, que parecía no verlo, no valorarlo...
Comenzaron los llamados de su madre. Su último marido, un hombre de mucho dinero y grandes contactos. Le había conseguido tres entrevistas laborales. Querían atraparla, no había dudas. Que ni se le cruzase por la cabeza volver a viajar.
No se animaba a llamarlo. Tenía taquicardia.
Eligió encontrarse con una amiga que la duplicaba en años. Una ex compañera de Astrología, con quien se solía juntar a charlar de la vida. Eran afines en muchos puntos.
Almorzaron juntas. Susana le insistió llamase a Claudio, para que perdiese el temor que aumentaba con el correr de las horas.
Y no en vano tenía tanto miedo. Respondió la otra, y automáticamente cortó. Creyó que se desmayaría. 
Cuando pudo calmarse lo llamó a Sebastián, para que él intentase por su parte.
Al cabo de unas horas insistió. Sebas ya había llamado y le propuso se vieran cerca de su casa. Vivía a cincuenta kilómetros del centro y su madre no lo dejaba viajar.
Quedaron para el día siguiente.
Esa noche no durmió.
Sebastián fue acompañado por un amigo. No era de lo más cómoda la situación.
Tan solo esbozó...
-Elige los pajaritos y las montañitas, Dro. Los prefiere a ellos antes que a nosotros, y Vivi le consiguió un laburo con unas ambulancias. Me dijo que con eso podría afrontar mejor los gastos.
-¿Y ella Seba? ¿Ella está ahí? Hace solo dos días que vine a Buenos Aires.
-No sé, Dro. Ella me respondió al teléfono, pero no estoy seguro de que esté en la casa. ¿No te animás a llamar? Yo no tengo muchas excusas, en cambio vos sí, sos su mujer. Podés volver cuando quieras, y si no que te hable claro, Dro.
-Es que tengo miedo Sebas. Tengo miedo de volver a oír su voz si llamo, y de lo que tu papá me pueda decir.
-Tenés que animarte ¿Y de tu vida que, Dro? Él no te deja hacer nada. Acá sos más vos. Ya tenés tu casa. Tuviste un buen trabajo. Podés conseguir los que quieras. Vas a ser rica, Dro.
Al lado de él todos nos morimos de hambre. Él y su locura de no querer cobrarle a los pacientes.
A esta altura ya no importaba tener al amigo de Sebas de testigo. Damián. Sí, Damián.
Al regresar al centro lo llamó. Lo llamó, respondió él y lo insultó. Le dijo que por su propio hijo tenía que enterarse de que la tipa estaba ahí. Lo acuso de no haber esperado siquiera dos días para meter a la otra en la casa. Gritó. Lloró. Sus nervios estaban colapsados.

17 de octubre de 2014

Km 5 (parte VII)

Ella no podía detener el llanto, viendo su bolso ya armado.
Estaba llena de miedos, y además, también le temía a la ciudad. Hacía varios meses que la había abandonado, y si bien no tanto como a él, pero ésta la afectaba. Además debía encontrarse con su último jefe, conciliar, enfrentar a la familia. Es probable que al verlos no les pudiese mentir.
Y mientras tanto la otra tendría toda la libertad para estar con Claudio...
No podía no pensar que partiendo ella, ésta se instalaría en la casa, y al regresar se encontraría con una escena que no quería ver.
Lloraba por eso. Por todo. Él buscaba calmarla.
Perdió la cuenta del número de veces que hacían el amor en un día.
No, no podía concebir una vida donde él no formase parte...
Cuando se estableciesen económicamente, quería tener un hijo. Los nombres estaban elegidos desde el comienzo. Pero no antes de eso. Económica y psicológicamente.
Ella sí podía subirse a ese barco sin timón, pero temía que un bebé debiese pasar esta situación, y los nervios de los últimos meses habían logrado que ni lo considerase.
Fácil hubiese sido para ganar la partida, un embarazo. Claudio amaba los niños. Y sería muy feliz con la noticia.
La despedida fue desesperante. Poco le importaron los testigos en la terminal de buses. No podía controlar el llanto, a pesar del sedante que él le hizo tomar para que calme sus nervios y logre dormir durante el viaje
Sin embargo, y desde siempre, las rutas la hacían pensar, reflexionar, y ahí tomó conciencia de los kilómetros que los separarían.
No pudo conciliar el sueño, un poco por lo que producen en ella los trayectos, y otro poco porque tenía un compañero de asiento con ganas de conversar. Era oriundo de Esquel, e intentó durante todo el viaje convencerla de que él podría ayudarlos con los contactos.
Pisar Buenos Aires le aclaró un poco las ideas.
En pocas horas tenía el encuentro con el abogado. Se dirigió a su casa. No se sintió rara de encontrarse ahí, y antes de desempacar las pocas cosas con las que viajó, lo llamó a él. Gracias a Dios le respondió y lo halló tranquilo.
La conciliación la afrontó con fuerza, muy respaldada por su abogado, que tomó desde el inicio el manejo de la situación.
No así el encuentro con su madre y hermano, que le robaron la poca energía restante. Para ellos, había estado haciendo una pasantía en el Sur, y la pregunta candente era cuándo pensaba volver a trabajar y tomarse la vida en serio, en vez de estar haciéndolo por mero capricho, en un lugar donde no recibía un peso, si además tampoco había ganado mucho conciliando. No entendían que llevar el caso a juicio tampoco era recomendable.
No estaba dispuesta a soportarlos. Rápidamente, y no sin discutir, se retiró a su casa.
Quiso llamarlo de nuevo para contarle las novedades, pero esta vez no lo encontró. Raro por la hora. Quizás estaría en el hospital. Prefería pensar eso. También le molestó no recibir un llamado suyo durante el día, que no había sido sencillo, y no se sintió acompañada ni a la distancia, como tantas otras veces.
Tampoco podía sacarse de la cabeza la idea de que no respondiese el teléfono porque estuviera con la otra ahí. Desconfianza era lo que le sobraba.
Sabía también que no podría darle los datos de Esquel. Él no soportaría nunca que hubiera estado contando la historia, y a un hombre. La otra sí podía hacerlo, ella no.

14 de octubre de 2014

Montevideando


San José y Michelini, dieciséis horas. Escribo. Trato de plasmar tanto y tan sentido en el papel.
La mezcla de sentimientos; el alboroto inicial. Los miedos. Las previas.
Lo que significás para mí, paisito de mi alma.
Quién dirá por qué te quiero tanto. Te lo pregunto desde la mesa del maestro en el San Rafael, a metros del departamento que ocupaba con Luz, el amor de su vida. Su eterna compañera.
Quién pudiera asegurarme que alguna vez va a ser así... Que caminare nuevamente de a dos. Que no todo haya sido pasado...
Vengo de verte, Mario. Me costó encontrarte esta vez, pero cuantos mas tropiezos tuve, mas me obstiné.
Me dirigí al Cementerio Central sin liliums naranjas, con esas flores que se parecen al amancay. Al principio con algo de incertidumbre...
No era ahí. Lo supe apenas entré.
No dudé en buscar un auto, ante la inseguridad del camino cierto, y después de mucho andar, llegué al Buceo donde sí era, pero tampoco estabas. Ahí supe que ahora descansás junto a Luz, en el segundo cuerpo del Central, en el número 148.
Acabo de llegar de dejarte las flores y una carta. No, no te conté todo...
Te conté de eso de no querer vivir más de hace un tiempo, o de no saber que hacer con las horas, del amor y la tierra que no fueron.
Porque hacia mucho que no te veía, y ni vos, mi amada Montevideo, supiste todo lo que tocó vivir hasta volverte a encontrar.
El encierro y las lágrimas; el vacío. El dolor, el temor por todo; la angustia infinita que parecía no cesar. Solo viva en el recuerdo.
Ay maestro, gracias. Llegué. Estuve. Pude.

12 de octubre de 2014

Km 5 (parte VI)

Una mañana muy temprano, la otra pasó a buscarlo. Le había conseguido una entrevista en el Sanatorio San Carlos. El hospital zonal no pagaba hacía meses. Urgía otro ingreso y ella no lo ignoraba. Sabía cómo y dónde buscarlo y encontrarlo.
Ella se quedó en la casa sin poder conciliar nuevamente el sueño. Bajó a la cocina, se hizo unos mates, encendió uno y otro cigarrillo sin parar.
No regresaban.
Tomó por primera vez la tijera entre su manos. Lo hizo cubriéndola con un paño, intentando no dejar sus huellas. Luego la enterraría cerca del cerro, en alguna de sus múltiples caminatas matinales.
Esa mujer era la encargada de robarle toda su energía. Hacía peligrar su pareja, por la que todo había dado.
A ella no la había encarcelado nunca. Se la veía bien independiente y decidida. No era Claudio el que tomaba el mando de ese vínculo.
¿Por qué con ella había actuado siempre así?
Estar con él era perder toda libertad y más adelante se le sumaría llevar un crimen en su conciencia.
Los imaginaba haciendo el amor, o besándose, y no por la fuerza. No podía parar de pensar en que hacía ya cuatro horas que estaban juntos y a solas con la excusa de la entrevista. Su psiquis estaba perdida. No cesaba de imaginar distintas situaciones. Esa mujer se había convertido en su obsesión.
Comenzó a juntar sus cosas. El bolso estaba armado para cuando él llegó.
Él le rogó que recapacitase. Le pidió nuevamente tiempo. Esta vez ella sabía que no viajar, le significaba perder el dinero de la conciliación, por la que debía estar en Buenos Aires en no más de dos días. Había jugado demasiado con los tiempos y recibía la presión de su abogado diariamente. Sabía que dejarlo solo era un peligro para la relación. Temía volver y encontrar la casa ocupada por la otra.
Quizás pisar la ciudad la haría recapacitar y olvidarlo todo.

9 de octubre de 2014

Km 5 (parte V)

Compartieron un rico almuerzo. Él al llegar se devoraba lo que ella hubiese preparado. Aunque no variaban demasiado; lo perdían los sandwiches de queso con salsa golf y las empanadas de queso y cebolla. No así los dulces.
Hacía años que ambos eran vegetarianos.
Continuaron las visitas a Guillermina, al menos día por medio. Sabía que estaba muy sola, con la única compañía del televisor, y ella iba a visitarla con placer.
Agregó unas caminatas todas las mañanas que le hicieron muy bien al cuerpo y al alma. En el km 8 estaba la Virgen de las Nieves. Siempre se detenía ahí, y le pedía paz.
No tenía la obsesión antes latente, pero sin embargo, los asuntos no se definían. Él seguía buscando trabajos en el Sur y ella insistiendo con que él cumpliese la promesa de volver a Buenos Aires. Tenían su casa. La ciudad le daría mayores oportunidades laborales, y estaba Sebastián. Lo más importante.
Estaba hechizado por la Patagonia, como antes ella, como antes de él. Pero su lugar en el mundo era San Martín de los Andes, y él hasta experimentaba celos del lugar. No podía concebir que no hubiese ahí alguna historia pendiente. Él había sido su primer hombre, la había hecho a su medida, de otra cosa no podía acusarla. Sin embargo, sí.
Juntos tocaban el cielo con las manos. Pero siempre estaba el fantasma de la otra dando vueltas, con sus apariciones imprevistas.
Ella tenía una amiguita de cuatro años. Todas las tardes la nena la buscaba para peinarla. Su mamá, le había contado, vivía ahora en Bolsón. Tenía otro bebé y otro marido, y a ella la había mandado a vivir con su papá.
Él no le permitía ni saludar al padre.
Su vida era una verdadera prisión, pero más prevalecía su amor por él.
El último trabajo en Buenos Aires, había culminado con una conciliación obligatoria, que ya se vencía. Cada vez se acortaban más los tiempos. Debería sí o sí viajar, con o sin él, y eso la atormentaba. Y también la atormentaba la ciudad. Si bien no le producía la misma depresión que a él. No le hacía nada bien. Y obviamente temía alejarse y dejarlo a él libre.
Sin embargo estaba su casa, cuidadosamente elegida, ya casi lista. Era una cabañita en la propia ciudad. Ahí en cambio, alquilaban un bungalow que seguramente no había elegido él y sí ella, y cada vez costaba más afrontar los gastos.
La tijera continuaba cuidadosamente escondida dentro de la casa.

7 de octubre de 2014

km 5 (parte IV)

Una mañana se despertó y él ya no estaba. En realidad la despertaron, alguien llamaba a la puerta.
Era la otra.
-Quiero hablar con vos. 
-¿Por qué te fuiste? Ahora soy yo la mujer de Claudio. ¿No te das cuenta que no sabe cómo hacer para que te vuelvas a Buenos Aires?
Te llamó después de una pelea nuestra. Vos sabés mejor que nadie que él no sabe estar solo. 

Ella enmudeció. Los nervios le recorrían todo el cuerpo y el corazón se le salía por la garganta. 
¿Y si de verdad era ella la que estaba de más, y él no sabía cómo decírselo?
No en vano nunca la echó. Según él por respeto. Y del respeto a ella qué...
Mientras la oía pensaba en cómo terminar con todo. ¿Ejecutar el plan? o volver a armar por tercera vez su bolso y marcharse a Buenos Aires dispuesta a empezar de cero. Tenía su casa. Había luchado mucho por conseguirla, y debía hacerse cargo aún de la deuda. Buscar nuevamente un trabajo. Olvidar...

-¿Cuándo te vas? no te lo voy a volver a preguntar. Acá tenés tu pasaje. Sabrás por los llamados que tengo una agencia de viajes. No me cuesta nada.
Claudio no sabe cómo pedírtelo. Está arrepentido de haberte hecho venir.
Ya sabés, su salud. Él en Buenos Aires nunca estuvo bien, siempre luchó por abandonarla. No seas egoísta, dejalo libre si de verdad lo amás - y diciéndole esto último, partió.

Se quedó sola, apesadumbrada. Solo esperaba que regresase él para llenarlo de preguntas, y si de verdad él quería que partiese, lo haría, con el corazón hecho pedazos, pero lo haría. Solo necesitaba oírlo de su voz.
No se había conmovido ya con las lágrimas de su hijo. Poco podían importarle las lágrimas de ella. 
Pero no, no lloraba. Temblaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo durante toda la mañana. No volvió tampoco a conciliar el sueño. Su cabeza era todo barullo y confusión. No podía tener un solo pensamiento claro.

5 de octubre de 2014

km 5 (parte III)

Los días transcurrían iguales. Ya era marzo. El otoño se avecinaba y el paradisíaco paisaje se vistió de dorados, ocres, rojos, anaranjados...
A la misma hora, todos los días, se sentaba en el jardín de la casa, a mirar la copa de un árbol con el que había entablado amistad. Parecía emanar una aureola de luz, y ella concentraba sus pensamientos ahí, buscando aclararlos. 
Ya había armado su bolso dos veces, dispuesta a marcharse, y él había sabido detenerla.
Rezaba, sí, también rezaba mucho, y visitaba a la madre de él, en el centro del pueblo. Habían tenido desde siempre una buena relación.
La mujer le aconsejaba no estar tan pendiente de su hijo, y le sugería buscase ella también una actividad, algo que no solo le diese independencia económica, sino que le permitiese tener una vida más allá de él.
Parecía no conocerlo a pesar de ser su madre. 
Ningún vínculo que no fuese él mismo, él le aceptaría. Ella debía estar en la casa. Ser la esposa del neurocirujano del pueblo.
Lejos habían quedado los años de universidad, cuando se consagró al estudio del Turismo. O los idiomas aprendidos...
-Podrías estar haciendo la carrera de guía del parque - le sugirió la madre de él.
-Imposible, me lo impidió. Rompió también varios libros que me habían prestado en la biblioteca, Guillermina...
-No le demuestres que ella te interesa tanto. Restale importancia.
-No puedo Guillermina, con una u otra excusa está viniendo todos los días a la casa desde que llegué. Dígame la verdad. ¿Cuánto tiempo vivieron juntos? ¿Cuánto tiempo antes de que yo llegase ella se fue de ahí?
-Eso se lo debes preguntar a mi hijo, querida. Solo puedo aconsejarte que te des tu lugar y decirte que si él te llamó fue por algo.
-Ya me asusta. Me asusta mucho su mirada. Esos ojos... El otro día me apuntó con una tijera y cuando Claudio bajó, se la dio, diciéndole que se la había llevado distraída de la casa...
Pronto pensó que si seguía hablando y ella llevaba a cabo su plan, sería Guillermina, la mamá de él, la primera en sospechar.
Regresó a pie. Él tardaría varias horas en llegar del hospital y ella podía aprovechar para despejarse un poco y aclarar sus pensamientos. No quería convertirse en una asesina. No solo temía a la pena que pudiesen darle, sino a su propia tortura. Y de uno u otro modo lo estaría perdiendo a él, estaría dejándolo libre para otra. Él siempre había estado acompañado. No sabía de soledades.
Extrañaba a Sebastián y con el poco dinero que él le daba lo llamaba a Buenos Aires, a ver como andaba la escuela y todo el resto.
Con quienes no tomaba contacto era con su propia familia. Sabía que al menor indicio, sospecharían que no estaba haciendo una simple pasantía en el Sur, sino regresado con él, a quien odiaban y consideraban se había encargado de destruirle la vida. 
Poco le importaba lo que pensasen. Nada tenía sentido sin él. La única conclusión certera, a pesar de todo. Y eso lo había tenido claro desde el primer día y mucho más después de esa separación que los mantuvo alejados más de un año.
Sebastián a la distancia continuaba siendo, con tan solo catorce años, su mejor consejero. Había vivido y formado parte de las escenas durante todo el verano, y nadie más que él soñaba con el regreso de su padre a Buenos Aires.
Un día se lo pidió llorando. Y él no había tenido mejor idea que decirle, si no se encontraba bien con el nuevo marido de la mamá.
-¡No es mi papá! vos sos mi papá. Hay veces que necesito contarte cosas y no estás. ¿Qué te retiene acá, si ella y yo somos tu familia? Apuesto a que la nona también prefiere volver, a pesar de que dice que el pueblo le recuerda a Italia.
No obstante, no recibió respuesta, aún viendo a su hijo con lágrimas desesperadas.
La ciudad lo había afectado mucho. El gran comercio de la medicina no iba con él, y se había sabido ganar muchos enemigos en el ambiente médico. Le temía. Temía una recaída en su depresión. A pesar de que el Sur tampoco lo había sanado. Era demasiado poco invasivo su modo de tratar al paciente, y con eso se llenaba de enemigos rápidamente. Pero la naturaleza, es cierto, lo ayudaba.
Nunca salía de la casa sin despedirse de las petunias y alzaba la vista y se veía rodeado de cerros, del lago...
Sabía que había prometido volver. Y que ella había salido corriendo en su auxilio, pero seguía augurando un trabajo mejor ahí y tenerla a ella cerca. Siempre había sido su más fiel compañera. Dejaba su vida a un lado por estar con él. Era muy egoísta su actitud pero ella había sabido aceptarlo así.

4 de octubre de 2014

Km 5 (parte II)

Todo estaba calculado. Había tomado la precaución de que no hubiese más gente implicada en el siniestro. Ella sola debía estar conduciendo el auto.
Lo que la otra había instalado en la casita que ahora ella habitaba, era una agencia de viajes, y los llamados, como desde el primer día, no cesaban.
Había pasajeros para bajar del cerro, y gentilmente esta vez decidió avisarle. Para no quedar en evidencia, el día que tomase la determinación definitiva.
Se presentó como casi todas las tardes. La estaba enloqueciendo.
Las preguntas sobre cuándo se iba, y si ella le compraba el pasaje, no hacían más que incrementar la furia y las ganas de terminar con todo. Comenzó a sentirse extraña, hasta el punto de pensar en terminar ella con su propia vida, si él no volvía a Buenos Aires a finales del verano como le había prometido.
Ella estaba allá solo por él. Le impedía trabajar, relacionarse, llevar adelante una vida normal, con lo cual cada vez que se quedaba sola, el pensamiento incipiente volvía.
Debía matarla. No podía demorarlo más. Todo cambiaría después de eso. Y difícil sería que sospechasen de ella, excepto él, claro. Aunque tampoco la creería capaz...
Sus tardes transcurrían con la compañía del tabaco y del fuego. Mirándolo planeaba como devendrían los hechos.
Tampoco le importaban sus hijos, tenía dos, podría hacerse cargo el padre. A su madre tampoco parecían importarle, cuando no hacía más que pelear por un hombre ajeno. 
Su única obsesión. La de ambas, era él. Y él, poco se arriesgaba. Buscaba estar lejos de los pleitos y restarle importancia.
Claro, por supuesto, estaba acostumbrado a que ella era capaz de soportarlo todo. Desde el primer día había sido así. Todo lo dejó por él. Dejó de pensar en sí misma. El único futuro posible que ella veía era juntos. Lejos de él era imposible vislumbrarlo.
La tijera que casualmente la otra había introducido en la casa, le serviría de instrumento. Eso sí, se repetía, el día llegaría cuando no hubiese más gente en el auto. Debería hacerlo con sumo cuidado mientras como casi todos los días, la otra ingresaba a la casa de ellos con alguna excusa para verlo a él: le buscaba nuevos trabajos, posibilidades más al Sur del país. Sabía bien que él detestaba la ciudad, que lo había enfermado. 
Y ella como siempre vivía para ser su sombra, y cada vez temía más, se concretase aquel regreso que juntos habían pactado, antes de que ella viajase en aquella víspera de navidad.
El verano transcurría y los días se había convertido en un inmenso letargo de espera.
La otra continuaba avanzando en su afable relación con él, que confiaba en sus buenas intenciones, y ella no tenía vida. Era un ver pasar los días. Solo estaba avocada al cuidado del hijo de él que le regalaba únicamente momentos de alegría, como había sido siempre, y que parecía entenderla como un adulto.
Se propuso la fecha de cumpleaños de su padre. El seis de febrero indicaría el límite. Ese día debían estar ya, los hechos consumados. La vieja costumbre de jugar con las fechas...Se encomendó a su padre. A su padre y su recuerdo.
Sin embargo llegó el día, y los hechos no ocurrieron, ni para bien, ni para mal.
A esta altura más temía por su propia vida.
Cada día que pasaba era un suplicio. Él parecía ser una marioneta controlada por la otra.
Un día lo llevó hasta El Bolsón por una oportunidad laboral y ella pasó casi todo el día sola, fumando, elucubrando, imaginando lo peor: ser ella la que sobraba.
Sebastián había ya partido. Empezaban las clases. Ni sus presiones fueron suficientes para convencer a su papá de regresar los tres a Buenos Aires. Se lo había pedido llorando, y sin embargo fracasó. Qué podía esperar entonces ella...
Lo único que tenía claro es que su vida sin él no había sido vida. Solo supervivencia. Y el haber estado juntos nuevamente le hizo recordar que él para ella lo era todo.
Sin embargo, no a la inversa. Primero estaban sus pacientes, luego su hijo, luego ella y quizás ni eso...
Cada día que pasaba se sumaba mayor desconcierto. ¿Valdría la pena convertirse en una asesina por no perderlo a él? ¿Valía la pena seguir viviendo sin él, o sería más fácil acabar con su propia vida?

1 de octubre de 2014

Kilómetro 5 (parte I)

Diciembre del noventa y siete. Hacía ya un año que estaban separados.
Todo comenzó cuando ella debió volver a la ciudad de imprevisto, ante el coma diabético de su abuela. Siempre en situaciones límites era la encargada de resolverlo todo.
Viajó por unos días, sin contar con el apoyo moral de él. Él, que siempre estaba para todos...
Fue tal vez la frialdad de su profesión, que prevaleció por sobre el rol que ella merecía por una vez, después de tres años que llevaban juntos.
La historia era como un barco sin timón. 
La decisión de mudarse al Sur del país no fue conjunta. Él había tomado ya un cargo en el hospital de Bariloche.
Llegada a Buenos Aires ella se avocó de lleno al cuidado de su abuela. La amaba como a nadie. 
El primer indicio sucedió en Pascua. Una voz femenina respondió al teléfono.
Ella no podía creerlo. No podía mantenerse en pie. Su corazón comenzó a latir fuertemente; desacompasado. Siquiera se animó a preguntar...
Solo aceptó creer que se trataba de la señora de la limpieza, como él le argumentó después.
Fue un año de cambios. La lejanía entre ambos era ya abismo. Pocos y esporádicos llamados hasta llegar a la nada misma.
La nona falleció un diecinueve de septiembre. 
A los pocos días, casi sin premeditarlo, se presentó la posibilidad de un trabajo en la ciudad.
Todo indicaba que la vida continuaba ahí.
Fue también el momento de vivir por primera vez sola y rearmarse.
Siempre creyó en las energías.
Un día fue él quien llamó, después de casi año y medio, y ella lo había intuido previamente.
Era la víspera de la navidad.
Oír su voz la estremeció por completo. En minutos de conversación decidió el viaje. Sin vacilar.
Comenzó también la mentira.
Qué diría a su familia...
Intentarlo valía la pena. Llegó el día del viaje. Toda ella eran nervios. No sabía manejar las alegrías.
Allí estaba él, en el aeropuerto, esperándola. Como debió haber sido tanto tiempo atrás.
Apenas la condujo a la casa que ocuparían, comenzaron los indicios: hornitos con esencias, flores, adornos, decoraciones navideñas, su ropa que ya no estaba, tampoco sus cosas. Difícil sería que ese lugar pudiese convertirse en su casa.
Sin embargo él seguía siéndolo todo para ella, y lucharía por este amor.
No habían pasado dos horas cuando ocurrió el primer llamado, preguntaban por un nombre hasta entonces desconocido para ella. Él continuó mintiendo, argumentando una historia si bien creíble, inventada. Los llamados no cesaron.
La promesa había sido desde el comienzo, volver a Buenos Aires juntos, transcurrido el verano.
A pesar de todo siguió eligiendo creer, aunque en su interior la verdad estuviese clara. Otra había ocupado su lugar.
Comenzaron sus llamados. La pregunta constante era ¿Cuándo volvés a Buenos Aires?, ¿Querés que te saque un pasaje?
No bastaron los llamados, un mediodía se presentó en la casa, y esa voz hasta entonces fantasmal, se personificó.
Traía una tijera entre las manos y la sostuvo a la altura de su pecho mientras duró la breve conversación. Nuevamente la pregunta, ¿Cuándo te vas?, ¿Te saco un pasaje?.
Ella no atinó más que a llamarlo a él. 
Y por supuesto que ahí la otra escondió la tijera.
Acto seguido lo besó apasionadamente delante de ella, sin importarle absolutamente nada más. Se la notaba dispuesta a todo.
Comenzaron los gritos. Él defendía a la otra, y una vez más le demostraba, que la fuerte en la historia debía ser siempre ella, y estar preparada para soportarlo todo.
Ella decidió callar, con una extraña aceptación.
Ya había empezado a vislumbrarlo. Ya era la que sería.
No podía no matarla.
Solo importaba él y el futuro que auguraban.
Urgía volver a la ciudad. Reconstruirse.
Las visitas continuaron, y ella permanecía callada, como esperando tan solo que llegase el día.
Lo planeó mirando el fuego. Una tarde, a solas, mientras él estaba de guardia en el hospital.
Bastaría con cortar los cables de los frenos. El accidente sería en la montaña. 
Uno de los tantos llamados pareció ayudar, unos pasajeros pedían ser buscados en el cerro. Eso la ayudó a completar la coartada.
No importaría enloquecer de culpa. Sabía, por el tiempo separados, que nada ni nadie podía reemplazarlo a él, y que haría todo lo que estuviese a su alcance para lograr estar juntos para siempre.
Nadie le robaría un futuro juntos.
Nadie, tampoco sospecharía, cómo llegó el fin. 

 
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